sábado, 16 de abril de 2011

El alma, su inicio...

Una historia narrada por Hāfez, el poeta persa, cuenta que habiendo hecho Dios una criatura semejante a sí mismo en barro intentó insuflarle alma, pero como ésta se resistía a entrar en el cuerpo del primer Adán, se movía de aquí para allá, era ubicua, saltarina, oscilante y afecta al aire libre, volátil e inquieta, no quiso entrar en esa prisión de arcilla. El Creador mandó llamar entonces a sus ángeles músicos para que tocaran la mejor de sus melodías y al oírla, fascinada, el alma entró en éxtasis, deteniéndose entre la perplejidad de su goce y la contención de su soplo. Como observara que su atención, su capacidad de resonancia no era lo bastante buena para captar la belleza de aquella música celestial, se introdujo en el hombre de barro creado por el Hacedor para servirse él como de una concha acústica. Y hasta el día de hoy, nos cuenta Hāfez, se cree que cada vez que el ser humano escucha el canto de los ángeles, lee poesía o descifra un símbolo, su alma se halla a gusto en su cuerpo, cuando la verdad es que el alma misma es esa melodía y creó los distintos órganos del cuerpo para poder ser oída. Hecha de música, el alma humana apela, de este modo, al corazón, al hígado, a los pulmones y a la tráquea, a la columna vertebral y a los pies, al cuello y a los ojos para conocerse a sí misma. Si ocurre que tales instrumentos, vivos y misteriosos, están afinados, la armonía se llama salud, y si sucede que los descuidamos la enfermedad que les sobreviene se llama ruido, olvido y muerte.

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