sábado, 4 de junio de 2011

Hablando de karma...

Tomado de la rama del budismo japones de Nichiren Daishonin.
El concepto de karma, una palabra sánscrita que originalmente significaba “acción”, ha jugado un rol fundamental en el pensamiento de la India, ya trescientos años antes de la época en que nació Shakyamuni (fundador del budismo en este mundo). Como vimos, existen tres tipos de acción kármica: pensamientos, palabras y acciones. En su conjunto, estos tres tipos de acciones o causas realizados acumulativamente a lo largo de nuestra vida, conforman nuestro karma. En otras palabras, nuestro karma es el claro resultado de cada pequeña o gran causa que hemos hecho en nuestra vida o en vidas pasadas. El karma puede ser dividido en buen karma y mal karma (Karma y Dharma); tal como las causas pueden ser caracterizadas como buenas y malas.

La mayoría de nosotros reconoce la validez de la causa y el efecto como regla general y la base del método científico moderno. Es fácil aceptar que toda causa tiene un efecto y que, todo lo que ocurre en la vida posee una serie de causas conectadas a una serie de efectos. Movemos la llave de la luz y la luz se enciende. Llueve y el techo gotea. Tendemos entonces a ver las diversas causas y efectos en términos lineales como una interminable cadena de causas y efectos. Pero, de acuerdo al budismo, la realidad de causa y efecto es mucho más sutil y compleja que eso.

El budismo sostiene que causa y efecto son, en esencia, simultáneos. En el instante en que creamos una causa, ya está contenido el efecto, como si fuera una semilla plantada en la profundidad de nuestras vidas. Pero si bien este efecto es plantado en el mismo instante en que la causa es creada, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta cuando aparecen las circunstancias adecuadas.

Nuestro karma es como una cuenta bancaria de efectos latentes que experimentaremos cuando nuestras vidas encuentren las condiciones ambientales adecuadas. Las buenas causas producirán efectos agradables y benéficos; las malas causas producirán sufrimiento. Nuestras acciones en el pasado ejercen influencia en nuestra existencia presente, mientras que nuestras acciones presentes configuran nuestro futuro.

El principio del karma es absolutamente preciso. No hay manera de escapar a nuestras acciones pasadas. La ley de causa y efecto impregna nuestras vidas a través de las existencias pasadas, presentes y futuras. Nada es olvidado, borrado o perdido. Constituye un error el creer que podemos simplemente dejar nuestros problemas detrás e irnos a Hawai o algún otro paraíso tropical y vivir una vida libre de contratiempos. Llevamos nuestro karma a cuestas, como si fuera una mochila, dondequiera que vayamos. Todo, en el ámbito de nuestra existencia, es eternamente registrado en los niveles más profundos de nuestra vida. Entonces, ¿no nos queda más opción que pasivamente aceptar y resignarnos a recibir los efectos de cual fuera el karma que forjamos en el pasado? 

No. En el budismo creamos el karma con nuestras propias acciones y, por tanto, también tenemos el poder de cambiarlo. Ésta es la promesa que ofrece la práctica del budismo. Si bien, en teoría, todo lo que tendríamos que hacer para que nos vaya bien en la vida es realizar la mayor cantidad posible de buenas causas, en la mayoría de los casos tenemos muy poco control sobre las causas que hacemos. Tendemos a caer atrapados por la inquebrantable cadena de causas y efectos que es nuestro karma, y actuamos en consecuencia. P ero cuando invocamos Nam-myoho-renge-kyo, comenzamos a iluminar los aspectos negativos de nuestro karma, y a ver nítidamente nuestras debilidades, así como los pasos que debemos dar para transformarnos a nosotros mismos y a nuestro destino. Nichiren utilizó la metáfora de un espejo para sugerir este proceso de autopercepción.

Desde el punto de vista de la ley de causalidad, Nichiren afirmó que, invocar Nam-myoho-renge-kyo era la mejor causa que una persona podía llevar a cabo. Esto no significa que una persona que enfrenta un problema serio deba permanecer en su casa invocando día y noche, eso sería escapismo. Uno debería primero invocar para hacer surgir la sabiduría necesaria para enfrentar su problema y luego salir y llevar a cabo acciones precisas. Bajo la clara luz de la iluminación, no sólo nos comprendemos a nosotros mismos, sino que también podemos cambiarnos a nosotros mismos y alcanzar el más elevado plano de existencia.
En una próxima entrega hablaremos del concepto de la Ley Única   
Nam-myoho-renge-kyo.
Abrazos de Paz!!

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