viernes, 17 de junio de 2011

Diferencia entre Evas y Adanes...

Al pensar en el hombre y la mujer, algunos dirán bueno la diferencia es un cromosoma! 

La realidad nos ha llevado a considerar que no nos conocemos cómo somos, mucho menos conocemos cómo es el sexo opuesto. Si nos enfocamos en el tema, notaremos que en muchos casos tenemos un concepto erróneo de la persona humana. De ahí que el resultado, en  en las relaciones de amistad, noviazgo y matrimonio, en más casos de los que me gustaria referir,  tiene la infelicidad como fin.


Por otra parte, de acuerdo a la física dos polos opuestos se atraen y dos polos iguales se rechazan, de aquí la gran atracción que existe entre un hombre y una mujer ya que son completamente distintos en todo: en cuerpo, sensibilidad, sensualidad y sexualidad, así como en su entendimiento y en su afectividad.


No sólo son distintos en todo, sino que al mismo tiempo se complementan mutuamente, son dos partes de un todo.


En el  fragmento que dejo a continuación, del " Libro del Hombre  "de Osho se nos brinda un punto de vista en relación a este tema. Particularmente me pareció que apunta su disertación a situaciones que enfrentamos con regularidad producto de las cuáles se nos generan grandes incognitas.


Deseo disfruten la lectura !!! Abrazos de paz a todos mis amad@s!!!



“Todo el mundo es ambos y tú te has dado cuenta. Está muy bien, es un gran hallazgo sobre tu ser. Todo el mundo es ambos pero hasta ahora la sociedad ha estado condicionada de tal modo..., nos han enseñado y educado de tal modo..., que un hombre es un hombre, y una mujer es una mujer. Es un arreglo muy falso, no es fiel a la naturaleza. Si un hombre empieza a llorar y a gemir, la gente le empieza a decir: «No llores como una mujer, no te la­mentes, no seas marica.» Es una bobada, porque un hombre tiene tantas glándulas lacrimales como una mujer. Si la naturaleza no hubiese querido que llorase y gimiese, no las tendría.

Esto es muy represivo. Si una niña se empieza a comportar como un chico, es ambiciosa, agresiva, la gente piensa que algo está mal. Le llaman marimacho; no es una niña. ¡Qué tontería! No es una división natural; es una división política, social.

Se ha obligado a las mujeres a hacer el papel de mujeres veinticuatro horas al día, y al hombre a hacer el papel de hom­bre veinticuatro horas al día; esto es antinatural y sin duda cau­sa mucho sufrimiento en el mundo.

Hay momentos en que el hombre es suave y debería ser fe­menino. Hay momentos en los que el marido debería ser la es­posa, y la esposa el marido, y esto debería ser muy natural. En­tonces habría más ritmo y armonía. El hombre estará más relajado si no se supone que deba ser un hombre veinticuatro horas del día. Y una mujer será más natural y más espontánea si no se supone que deba ser una mujer las veinticuatro horas del día.

Sí, de vez en cuando, en un ataque de ira, una mujer puede ser más peligrosa que un hombre, y a veces, en los momentos tiernos, un hombre puede ser más cariñoso que ninguna mu­jer..., y estos momentos siempre están cambiando. Los dos es­tados son tuyos; no creas que te estás volviendo esquizofrénico o algo así. Esta dualidad forma parte de la naturaleza.

Has hecho un gran hallazgo. No lo pierdas, y no te preocu­pes de volverte esquizofrénico. Es un cambio: durante unas ho­ras eres un hombre y a otras horas eres una mujer. Si te fijas, po­drás calcular exactamente durante cuantos minutos eres una mujer o un hombre. Es un cambio periódico. El yoga ha inves­tigado a fondo estos secretos internos. Si observas tu respira­ción, esto te dará exactamente el tiempo. Cuando respiras por una aleta de la nariz, la izquierda, eres femenino. Cuando respi­ras por la aleta derecha eres masculino. Y cada cuarenta y ocho minutos, aproximadamente, cambia.

Este cambio ocurre continuamente, de día o de noche. Cuando respiras por la aleta izquierda funciona el hemisferio de­recho del cerebro, que es la femenina. Cuando respiras por la aleta derecha funciona el hemisferio izquierdo, la parte mascu­lina. A veces puedes jugar con esto.

Si estás muy enfadado, haz una cosa: tápate la aleta derecha de la nariz y empieza a respirar por la izquierda; al cabo de unos segundos verás que la rabia ha desaparecido, porque para estar enfadado necesitas estar en la parte masculina de tu ser. Inténtalo y te sorprenderás. Simplemente con cambiar la respiración de un lado al otro sucede algo muy importante. Si sientes frial­dad respecto al mundo respira por la aleta izquierda y deja que te inunde tu imaginación, tu fantasía, tu calidez..., y de repente te sentirás lleno de calidez.

Y hay acciones que se llevan mejor a cabo cuando estás en un estado masculino. Cuando haces algo difícil, como cargar una piedra o empujar una piedra, observa la nariz. Si no está en el lado masculino no está bien. Podría ser peligroso para tu cuer­po: estarás demasiado blando. Cuando estás jugando con un niño o sentado con tu perro, siente que estás en el lado femeni­no..., y tendrás más afinidad. Cuando estás escribiendo un poe­ma, pintando o tocando música, deberías estar en el lado feme­nino..., ¡a menos que estés tratando de tocar música bélica! En ese caso está bien, deberías estar en el lado masculino, agresivo.

Obsérvalo, y te irás dando cuenta, cada vez más, de las dos polaridades. Está bien que existan las dos polaridades: la natura­leza se encarga del resto. Cuando la parte masculina se cansa, te trasladas a la parte femenina; la parte masculina descansa. Cuando la parte femenina está cansada, descansas; te vuelves masculino. Es una economía interna..., vas cambiando. Pero vuestra sociedad os ha enseñado cosas falsas: que un hombre es un hombre, y tiene que serlo veinticuatro horas al día; esta es una tarea muy difícil. Y una mujer tiene que ser mujer las vein­ticuatro horas del día, suave, cariñosa, compasiva: es una tarea muy difícil. A veces, ella también quiere luchar, enfadarse, tirar cosas..., y está bien, si eres capaz de entender el juego interno.

Las dos polaridades son un buen juego interno: el juego de la conciencia. Por eso Dios se ha dividido dentro de ti, para ju­gar al escondite consigo mismo. Cuando el juego ha terminado, cuando has aprendido todo lo que tenías que aprender del jue­go, cuando has aprendido la lección, das un paso más.

El estado final no es masculino ni femenino: es neutro.

En el fondo, el hombre es consciente del hecho de que la mujer tiene algo que él no tiene. En primer lugar, la mujer le re­sulta atractiva, es hermosa. Se enamora de ella, la mujer se con­vierte casi en una adicción..., y ahí es donde surge el problema.

La dependencia de las mujeres que siente cualquier hombre le hace reaccionar de tal manera que intenta manipular a la mu­jer como si fuese su esclava, una esclava espiritual. También tie­ne miedo porque es hermosa. Es hermosa no sólo para él, sino para cualquiera que la mire y cualquiera que esté en contacto con ella. En la mente machista y egoísta surge una gran envidia. El hombre ha hecho con las mujeres lo que Maquiavelo le pro­pone a los políticos; el matrimonio también es política. Maquia­velo sugiere que la mejor defensa es una ofensa, y el hombre ha utilizado esta idea desde hace siglos..., siglos antes de que Ma­quiavelo reconociese que era un hecho básico en todas las esfe­ras políticas. Siempre que exista algún tipo de dominación, la ofensa será inevitablemente la mejor defensa. Al defenderte, ya estás perdiendo terreno; ya has aceptado estar en el lado de los derrotados. Estás protegiéndote.

En India existen escritos religiosos como los Manusmriti, con cinco mil años de antigüedad, que sugieren que si quieres tener paz en tu casa es necesario que le des una buena paliza a tu mujer de vez en cuando. Debería vivir casi encarcelada. Y así es como ha vivido la mujer, en diferentes culturas, distintos paí­ses, pero el encarcelamiento es casi el mismo. Y como el hom­bre quería demostrar que era superior... Tenlo en cuenta, siem­pre que quieras demostrar algo significa que no eres eso. La superioridad real no necesita pruebas, evidencias, testigos, argu­mentos. Cualquiera que tenga un poco de inteligencia la reco­nocerá inmediatamente. La superioridad real tiene su propio magnetismo.

Como los hombres han condenado a la mujer (lo tuvieron que hacer para mantener el control), la han reducido a una ca­tegoría casi infrahumana. ¿Qué temor les ha conducido a hacer esto? Porque esto es una paranoia total. El hombre compara continuamente y se da cuenta de que la mujer es superior. Por ejemplo, el hombre es muy inferior cuando hace el amor con una mujer porque sólo puede tener un orgasmo, mientras que la mujer puede tener al menos media docena, en cadena, un or­gasmo múltiple. El hombre se siente totalmente impotente. No le puede dar a la mujer esos orgasmos. Esto ha originado una de las cosas más mezquinas: como no puede darle un orgasmo múl­tiple, ha intentado no darle ni siquiera el primero. El sabor de un orgasmo le puede poner  en peligro.

Si una mujer sabe qué es un orgasmo, inevitablemente se dará cuenta que con uno no es suficiente, al contrario, tendrá más sed. Pero el hombre está agotado; por eso, lo más astuto es que la mujer no sepa que existe algo parecido al orgasmo. Y no debes creer que el hombre está en una situación más ventajosa porque la mujer no haya tenido un orgasmo. No dándole un or­gasmo a la mujer él también pierde el suyo.

Hay que entender algo importante: la sexualidad del hombre es local, está limitada a sus genitales y al centro sexual del cere­bro. Pero con la mujer es diferente: su sexualidad está en todo el cuerpo. Todo su cuerpo es sensible, erótico. Como la sexualidad del hombre es local, es pequeña. La sexualidad de la mujer es algo muy grande. El hombre termina en unos pocos segundos, la mujer todavía no ha entrado en calor. El hombre tiene mucha prisa..., como si estuviese haciendo un trabajo pagado y quisie­ra acabar rápido. Hacer el amor es lo mismo.

En realidad, me pregunto por qué el hombre se molesta en hacer el amor. Dos o tres segundos y ¡se acabó! La mujer estaba entrando en calor y el hombre ha terminado. No es que haya te­nido un orgasmo; eyacular no es tener un orgasmo. El hombre se vuelve hacia su lado y se echa a dormir. Y la mujer..., no una, sino millones de mujeres lloran después de hacer el amor por­que se han quedado en el limbo. Les has animado y antes de que puedan llegar al final el juego se ha acabado.

Pero el hecho de que el hombre acabe rápidamente tiene un trasfondo muy significativo; aquí es a donde quería llegar. Al no permitirle a la mujer el primer orgasmo, ha aprendido a termi­nar lo más rápido posible. De modo que la mujer ha perdido algo tremendamente hermoso, algo sagrado en esta tierra..., y el hombre también.

 La mujer no sólo tiene ventaja en el orgasmo. En cualquier parte del mundo, la mujer vive cinco años más que el hombre; la edad media de la mujer es cinco años más que la del hombre. Eso quiere decir que tiene mayor resistencia, más vigor. Las mu­jeres caen enfermas menos que los hombres. Aunque estén en­fermas, se curan más rápido que los hombres. Estos son datos científicos.

(...) No hay tantos suicidios entre las mujeres como entre los hombres; la tasa de suicidio de los hom­bres es el doble. Aunque las mujeres hablan del suicidio más que los hombres; el hombre, habitualmente, no habla de ello... Las mujeres amenazan con el suicidio pero siempre sobreviven, por­que no utilizan métodos drásticos para matarse. Escogen las pastillas de dormir, que son más cómodas, más científicas y más contemporáneas. Y curiosamente, ninguna mujer toma tantas pastillas que sea imposible revivirla. Así que su suicidio no es un suicidio, sino una especie de protesta, una amenaza, un chanta­je para que el marido entienda que es una advertencia para el fu­turo. Todo el mundo le desaprueba, los médicos, los vecinos, los parientes, el jefe de policía. Él se ha convertido innecesariamen­te en un criminal, y todo el mundo se compadece de la mujer, a pesar de que iba a suicidarse.

En lo que respecta al homicidio, la diferencia es muy gran­de. El hombre comete veinte veces más asesinatos que la mujer; una mujer lo comete sólo en raras ocasiones. Las mujeres se vuelven locas menos que los hombres. Una vez más, la propor­ción es la misma: los hombres se vuelven locos el doble que las mujeres.

 A pesar de todo, después de que la ciencia ha demostrado to­dos estos datos, sigue existiendo la superstición de que el hom­bre es más fuerte. Sólo es más fuerte en una cosa, y es en que tiene un cuerpo musculoso. Es un buen artesano. Aparte de esto, siente un profundo complejo de inferioridad en todos los as­pectos, y se ha sentido así desde hace muchos siglos. La única forma de evitar este complejo ha sido colocar a la mujer en una posición de inferioridad. Y es el único punto donde el hombre es más poderoso: puede obligar a la mujer. Es más cruel, es más violento y ha obligado a la mujer a aceptar una idea que es com­pletamente falsa: que ella es débil. Y para demostrar que la mu­jer es débil tiene que censurar todas las cualidades femeninas. Tiene que decir que todas son débiles y la suma de todas esas cualidades hacen débil a la mujer.

En realidad, la mujer tiene grandes cualidades. Y cuando un hombre se ilumina, alcanza las mismas cualidades que ha estado censurando en la mujer. Todas las cualidades que se consideran débiles son femeninas. Y es curioso que todas las grandes cuali­dades entren dentro de esta categoría. El resto son sólo las cua­lidades brutales, animales.

La mujer es más cariñosa. El hombre nunca ha demostrado más amor que la mujer. En India han muerto millones de muje­res saltando a la pira funeraria con sus amados, porque no po­dían concebir la vida sin su marido o su amigo. Pero, ¿no os parece un poco raro que desde hace diez mil años ni un solo hombre se haya atrevido a saltar a la pira funeraria con su mu­jer? Ha pasado mucho tiempo, ha habido muchas oportunida­des..., y tú eres más fuerte. La delicada mujer, la frágil mujer salta a la pira funeraria, y el fuerte Mohamed Alí sigue haciendo flexiones. ¡Y a pesar de todo es más fuerte!

La fuerza tiene muchas dimensiones. El amor tiene su pro­pia fuerza. Por ejemplo, llevar durante nueve meses a un niño en el vientre requiere fuerza, vigor, amor. Ningún hombre lo aguantaría. Se le podría poner un vientre artificial, ahora la tec­nología científica ha llegado hasta el punto que se le puede im­plantar un vientre de plástico al hombre, ¡pero no creo que aguantase durante nueve meses! Se tirarían los dos al mar.

Es difícil darle vida, darle un cuerpo, darle un cerebro y una mente a otro espíritu. La mujer comparte de todo corazón dán­dole al niño todo lo que puede. Incluso después de nacer, no es fácil criar a los niños. Para mí es una de las cosas más difíciles del mundo. Los astronautas y Edmund Hillary..., esta gente debería intentar antes criar niños. Sólo entonces podremos admi­tir que han conseguido algo subiendo al Everest; de lo contrario, no tiene sentido. Aunque hayas llegado a la luna y caminado so­bre ella, no importa. Eso no demuestra que seas más fuerte. Un niño vivo, tan explosivo, una energía tan desbordante que te ago­tará en pocas horas. Nueve meses en el vientre y después unos cuantos años...

 Intenta dormir un día con un niño pequeño en tu cama. Por la noche pasará algo en tu casa. 0 bien tú matas al niño, o el niño te mata a ti. Seguramente matarás al niño, porque los ni­ños son los seres más detestables que hay en el mundo. Están tan lozanos y quieren hacer tantas cosas, y tú estás muerto de cansancio. Quieres irte a dormir, pero el niño está totalmente despierto y quiere hacer todo tipo de cosas, y quiere que le acon­sejes, te hace preguntas..., y si nada de esto funciona, ¡entonces querrá ir al baño! Tendrá sed, tendrá hambre a mitad de la no­che... El niño duerme durante todo el día. En el vientre de su madre duerme veinticuatro horas al día; después, poco a poco..., veintitrés, veintidós, veinte, pero casi siempre está dormido. Y por la noche se despierta. Durante el día está durmiendo y por la noche se despierta para torturarte.

No creo que exista un hombre capaz de soportar un embarazo o de criar a un niño. Es la fuerza de las mujeres. Pero es otro tipo de fuerza. Hay una fuerza que es destructiva y otra que es creativa. Hay una fuerza que nace del odio y otra que nace del amor.

El amor, la confianza, la belleza, la sinceridad, la honestidad, la autenticidad..., son cualidades femeninas, y son mucho me­jores que ninguna cualidad del hombre. Pero todo el pasado ha estado dominado por el hombre y sus cualidades.

Naturalmente, en la guerra el amor no sirve para nada, la verdad, la belleza y la sensibilidad estética no sirven para nada, necesitas tener un corazón más duro que una piedra. En la gue­rra solamente necesitas tener odio, ira, la locura de destruir. El hombre ha luchado en cinco mil guerras en los últimos tres mil años. Sí, esto también es fuerza, pero no es digno de los seres humanos. Es una fuerza que procede de nuestra herencia ani­mal. Pertenece al pasado, que ha muerto, y las cualidades feme­ninas pertenecen al futuro que está por venir. El hombre tiene que ganarse algo que la mujer ha recibido de la naturaleza como un regalo.

El hombre tiene que aprender a amar. Tiene que aprender a dejar que el corazón sea el que mande y que la mente sea un siervo obediente. El hombre tiene que aprender estas cosas. La mujer las trae consigo; sin embargo, convertimos estas cualida­des en debilidades.

Las mujeres son mujeres, y los hombres, hombres; no se tra­ta de hacer comparaciones. La igualdad no viene al caso. No son desiguales ni pueden ser iguales. Son únicos.

El hombre no está en mejor situación que la mujer en cuan­to a experiencias religiosas. Pero tiene una cualidad, y es la del guerrero. En cuanto se le desafía puede desarrollar todo tipo de cualidades. Puede desarrollar mejor incluso las cualidades feme­ninas. Su espíritu de lucha equilibra las cosas. Estas cualidades son intrínsecas a las mujeres. El hombre sólo necesita ser pro­vocado, desafiado: no has recibido estas cualidades, debes ganár­telas. Si el hombre y la mujer pueden vivir estas cualidades, lle­gará pronto un día en el que podamos transformar el mundo en un paraíso.

Me gustaría que el mundo estuviese lleno de cualidades fe­meninas. Sólo así podrán desaparecer las guerras. Sólo así des­aparecerá el matrimonio. Sólo así desaparecerán las naciones. Sólo así tendremos un solo mundo: un mundo amoroso, pacífi­co, silencioso y hermoso.”

Pero cuando digo que el hombre tiene que desarrollar las cualidades femeninas no estoy diciendo que tenga que imitar a las mujeres."


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