jueves, 19 de mayo de 2011

Madres e hijas...

Un vínculo complejo y entrañable

La adoramos de niñas, la detestamos de púberes, peleamos con ella de adolescentes y si todo fue más o menos bien, la comprendemos y valoramos de adultas.

Cuando a su vez tenemos hijos, nos damos cuenta de cuánto la necesitamos y también de la complejidad en esto de “hacer” personas,  criar seres humanos.  Y ahí, sí, comenzamos a pensar en nuestra madre como alguien que trabajó mucho y que seguramente hizo todo lo mejor  que pudo dentro de sus posibilidades.

Esto en los casos en que existe “calidad” vincular y que se pudo pasar por las etapas y los matices complejos pero enriquecedores para ambas partes: las madres también aprenden con la hija sobre sí mismas y sobre la historia previa con la propia madre.

La Abuela

Existe por lo menos una historia de tres generaciones: abuela, madre, hija y por qué no, nieta. A veces, lo que no puede darse o resolverse con la madre, se busca en la relación con la abuela.  La abuela, más reflexiva y sabia por la experiencia puede atemperar situaciones críticas y brindar continencia o un refugio a la niña o jovencita.  Afortunadas las que tienen o tuvieron una abuela a quien recurrir!  Que permite que se genere un espacio diferente al campo conflictivo con la madre, quizás de apertura o de remanso o de ternura o incluso de afinidad (suele ocurrir que abuela y nieta tengan cosas en común).

Muchas veces la abuela reconoce en la nieta a la hija con quien tuvo no pocos problemas y se da cuenta que perdió muchas oportunidades de acercamiento.  O se encuentra ella misma siendo mucho más tolerante y cariñosa de lo que fue con su propia hija.  Por otra parte, los abuelos son en general mucho más permisivos con los nietos porque ya no recae en ellos la tarea educativa o la exigencia de sostener una familia.

La abuela se beneficia porque encuentra otra posibilidad de reparar cosas de su propia vida con su hija, de entenderla también o incluso de ayudarla al hacerse cargo de algunas cuestiones con la nieta:  ofrecerle su casa o su tiempo.  Sobre todo en estos tiempos en que las mujeres tienen múltiples funciones e intereses.  Al mismo tiempo tiene la experiencia de vida para abarcar con mayor amplitud los problemas y entender los ciclos del tiempo. La niña o la joven porque encuentra o puede aceptar que sea la abuela quien le señale cosas o le enseñe a revisar sus propios estados turbulentos.  Alguien que con cariño la acepta y a quien no tiene que demostrarle nada, que puede ser ella misma.

El campo de la relación nieta - abuela puede ser muy interesante: la abuela tiene la clave de la historia de las mujeres en la familia,  mira hacia atrás y mira hacia delante y puede señalar rumbos o elecciones que seguramente no se permitió con su hija. Una relación que crea identidad La relación madre - hija transcurre casi siempre en los bordes, no es definible, no es transmisible. 

Como todo vínculo gestante, es mutante, variable: transforma y se transforma. Las mujeres construimos ahí el núcleo del sí mismo y la identidad femenina. 

La identidad es el “ser”, el reconocernos como somos, como sentimos, como pensamos y como hacemos.

Las “malas” historias

Una mala historia con la madre ocasiona un daño muchas veces irreparable. Mala historia quiere decir que no se haya tenido oportunidad de revisar, de modificar, de transmutar en otra cosa. Mala historia puede ser la muerte de la madre ( si ocurrió en una edad temprana, antes de los 15 años y no hubo figuras fuertes sustitutas) porque deja un agujero en el alma.

Sin embargo hay vicisitudes que pueden ser tan trágicas como la pérdida de la madre,

1. El abandono, la ausencia o la indiferencia de la madre en forma permanente, el descuido o el olvido de sus necesidades, el que no “vea” a la hija en su singularidad o sensibilidad. Esto puede ocurrir por múltiples motivos: trastornos psíquicos, depresión profunda de la madre o situaciones muy críticas de vida (migraciones, muertes de familiares cercanos, accidentes) o vida turbulenta familiar, drogas, alcohol, etc. que llevan a una desconexión y a la pérdida de contacto genuino o profundo. Una de las bases para la buena constitución del estructuramiento psicológico es el establecimiento de lo que se denomina la “simbiosis” con la madre o sustituto.  Qué es la simbiosis? El vínculo de intimidad, de confianza básica, de borramiento de los bordes personales en los primeros estadios del desarrollo humano.  Es la simbiosis lo que permite que pueda existir luego diferenciación e individuación.  Si no hay madre, esa experiencia de ser uno con otro, de ser amados incondicionalmente, esa experiencia no existe y luego la buscamos de la peor manera.

2. La competencia eterna con la hija, el compararse constantemente con ella y demostrarle que es más inteligente, más bella o más deseable, según sea el valor que predomine en el otorgamiento de poder. El cuento de Blancanieves y la relación con la madrastra ejemplifica esta modalidad en forma cabal. En este caso se establece desde la madre una polaridad de buena - mala que tiñe todo el vínculo y la envidia y los celos con la hija desencadenan una lucha, una guerra planteada a lo largo de la historia entre ambas. Reclamos, comparaciones odiosas, ataques a la felicidad de la hija, planteos de rivalidad con el padre, entre otros.  
He visto algunos casos en donde la relación y los problemas con la madre ocupan más lugar que otros aspectos de la vida.  Lo difícil es asimilar la rivalidad y la envidia de la madre: no siempre se hace consciente pero tiene indefectiblemente un efecto destructivo.

3. Casos en donde la simbiosis no se rompe y la intromisión en la vida de la hija es constante y no se tolera que la hija rompa con el modelo o lo cuestione o tome una posición más crítica y por ende de des-cubrimiento de los pactos implícitos. En este caso el precio es el infantilismo crónico, la inmadurez, el estancamiento vital. Son las madres sobreprotectoras, solícitas hasta el asfixiamiento. 
La madre que todo lo puede, que está ahí en la más mínima contrariedad o dificultad.   Se “desvive” por la hija y es cierto porque casi no tiene vida propia, vive la vida de la hija.  La hija cree no poder arreglárselas sin la madre, incluso muchas veces trae a la madre con ella o vive en la casa de la madre con su familia o están muy cerca geográficamente.  Son madres que temen por la hija e hijas miedosas, fóbicas a todo lo nuevo, a las amistades, a las actividades por fuera del entorno más próximo, a tener contacto con otras ideas o maneras de pensar. Paradójicamente,  la hija crece y se desarrolla con la desaparición de la madre.  O cuando decide expulsarla o relegarla a un sector de su vida.

4. Los vínculos vampíricos donde la madre vive a expensas de la hija o la tiene de rehén escudada en una enfermedad psíquica o somática real o fantaseada.  La moneda de cambio es entonces la culpa que inocula, la culpa que aparece frente a cada oportunidad de vida independiente de la hija o con otra persona.  Puede tratarse también de madres débiles, dependientes que depositan en la hija deberes o responsabilidades que ellas no asumen (cuidado de enfermos, de otros hijos, de sus padres, en el matrimonio, etc)  En este caso es el fenómeno inverso al anterior: se magnifica la capacidad de la hija y su posibilidad de hacer frente a grandes problemas y situaciones.  Desde muy temprana edad estas niñas se hacen cargo de otros, ya sea  de mantener la organización doméstica o de sostener emocionalmente a sus padres.  Podemos imaginarnos el nivel de sobreexigencia para una niña: afecciones psicosomáticas, ausencia de niñez, modelo vital de sacrificio y sobreadaptación.

5. Descalificación, críticas ácidas por nivel muy alto de exigencia en diferentes áreas de desempeño (estudios, comportamiento, inteligencia, belleza, pareja o novio, etc)  y atrofia de la autoestima de la hija.    Exigencias desmedidas de desempeño unido a una insatisfacción pemanente de los logros obtenidos por la hija.  Muchas veces se trata de una insuficiente valoración personal que se proyecta en la hija y ésta pasa a ser la que es poco valiosa.

6. Capítulo aparte es el caso de las adopciones.  La hija adoptiva en particular, al menos en mi experiencia, es de una complejidad enorme.  La relación madre - hija adoptiva suele configurar una experiencia muy laboriosa, tensa y difícil.  Por supuesto que siempre dependerá de las condiciones de la adopción, de la claridad de la relación, de la elaboración de la experiencia, de las características de la niña y de muchas configuraciones contextuales. Preferimos mencionar solo el tema porque merece un tratamiento particular. Vale la pena aclarar que estas descripciones son a titulo ilustrativo y se hipertrofian ciertos rasgos con fines didácticos. 

La realidad ocurre con variaciones y mezclas diversas de estas vicisitudes y aún puede conformar otros registros vinculares. Es más, todo vínculo con la hija contiene gran parte de estos ingredientes que hemos mencionado.  Lo que hará más o menos saludable a la relación será la intensidad o la estereotipia de alguno de los rasgos, en el sentido de no poderlos reconocer y por lo tanto correr el peligro de que se fosilice la capacidad de cambio y transformación. Siempre en una historia crítica o dificultosa, debemos remontarnos a la historia previa para entender ciertas carencias o déficits en la capacidad de maternar.   

Por otro lado no todas las mujeres tienen el mismo grado de inclinación o interés en ser madres, cosa que es natural y no como la cultura puede hacer creer: que se es una madre “desnaturalizada” por tal o cual característica que no se condice justamente con lo establecido en la cultura.

La capacidad de maternar incluso puede aparecer en múltiples actividades: maestras/os, profesionales, cuidadores, y no es patrimonio exclusivo de la mujer - madre. Para maternar se requiere una dosis muy alta de entrega, altruismo, discernimiento entre las propias vivencias y características y las del hijo o hija.    Discernimiento y conciencia de las diferencias entre los hijos y sus distintas necesidades y cualidades psicológicas, somáticas, espirituales.  Entre otras cosas. 

Se requiere cuidado y desarrollo del sí mismo para no depositar en la hija o hijo las expectativas no cumplidas o cargarlos con las compensaciones personales. Y aún así, estaremos siempre transitando por situaciones donde por un lado estarán los mandatos con los juicios de valor cultural que nos ordenan cumplir de una determinada manera nuestra función de madres (en este caso) y por el otro nuestra oscura naturaleza humana, nuestros sentimientos y contradicciones flagrantes, nuestro corazón y las entrañas de nuestros problemas.

Fuente: Inés Arribillaga - mujeresdeempresa.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario