Muchos niños se asustan de lo que no conocen y solo se sienten seguros con papá y mamá. Nuestro apoyo, proximidad y consuelo son las mejores herramientas para que superen sus miedos.
Suele decirse que cuando de verdad aparecen los miedos infantiles es a partir de los dosaños, porque a esta edad cobran protagonismo la fantasía y la imaginación de los pequeños.Pero eso no quiere decir que los niños no tengan miedo antes. Con un año, la mayoría de sus temores tienen que ver con el miedo a que les abandonen, por eso debemos intentar que se sientan seguros.
Los miedos más comunes
1. Juguetes
Algunos muñecos pueden provocarles pánico por su tamaño, por su expresión o por sus colores.
A muchos niños pequeños los payasos les causan un terror incontrolado. Su maquillaje, sus movimientos, sus voces, sus ropas y sus zapatones, diesñados para sorprender, no siempre divierten a los chiquitines.
2. Tijeras
También son muy frecuentes los temores a que les corten las uñas o el pelo con esas tijeras tan temibles. A esta edad todavía no tienen del todo claro qué duele y qué no, ni saben muy bien qué es propiamente su cuerpo. Por eso la tijera puede parecerles un arma terrible y el proceso del corte una feroz amputación.
¡Y qué decir de máquinas y electrodomésticos! La aspiradora, la batidora, la maquinilla de afeitar y otros ruidosos artefactos son capaces de ponerles los pelos de punta.
3. Separación
El temor a la separación es uno de los miedos más característicos de los niños con un año. Se manifiesta de diferentes formas. Una de ellas es la dificultad para despedirse de nosotros cuando tenemos que ausentarnos.
Cuando salgamos de casa, debemos despedirnos del niño aunque llore y le cueste. Así sabrá que puede confiar en nosotros y tendrá la seguridad de saber cuándo estamos en casa y cuándo no.
Si nos escapamos a escondidas se sentirá engañado. Además, su inseguridad será mayor porque, en cuanto no nos vea, tendrá la inquietud de que podemos habernos ido. Esto puede provocar que se nos pegue todo el día como una lapa y no soporte perdernos de vista. Si eso sucede demasiado a menudo, puede indicar un apego inseguro y ansioso.
Jugar al escondite puede ser de gran ayuda, ya que le hace sentir que podemos quedar fuera de su vista sin que por eso desaparezcamos del mapa.
Es bueno que se acostumbre a entretenerse solo algunos ratos. Le ayudará vernos aparecer de vez en cuando y oír nuestra voz desde otra habitación. Si tiene la tranquilidad de que estamos cerca y siente que puede contar con nosotros, pronto empezará a explorar el mundo por su cuenta.
4. Extraños
El miedo a los extraños es muy típico de esta edad, es otra forma que adopta el miedo a la separación y empieza a manifestarse incluso antes del primer cumpleaños.
El niño puede reaccionar aferrándose a nosotros cuando se encuentre ante personas desconocidas o a las que ha tratado muy poco. Debemos aceptar esta reacción como algo natural y saludable, ya que no tiene nada de extraordinaria.
Nuestro pequeño puede tener esta reacción en un primer momento, incluso cuando llegan los tíos o los abuelos. Nunca debemos tomárselo a mal, sino respetar la distancia y el ritmo que el niño necesita. Hay que dar tiempo al tiempo y dejar que el pequeño se acerque progresivamente a los suyos sin forzar las cosas.
Las gafas, las barbas, los bigotes, una gran estatura, una voz fuerte... pueden intimidar a nuestro hijo. Incluso que mamá se tiña el pelo o que papá vuelva de viaje con perilla, puede provocarle momentáneamente desconcierto y hasta temor. Dejemos pasar un poco de tiempo y todo volverá a la normalidad.
5. Oscuridad
El miedo a la oscuridad también es consecuencia del temor a la separación que puede empezar a inciarse a estas etapas. En realidad es un miedo a quedarse solo ante lo desconocido sin el amparo de papá y mamá.
Es mejor no dejarle llorando en su habitación con la idea de que ya se le pasará, porque confirmamos su temor al abandono, que es en realidad la base de su miedo.
Podemos volver para que compruebe que seguimos ahí, pero tratando de ampliar progresivamente los ratos que es capaz de permancer solo antes de dormirse.
La puerta abierta, una luz en el pasillo o un pelucheque le acompañe también serán de ayuda.
Hacerle entender que en la oscuridad no hay nada y que papá y mamá están en la habitación de al lado no servirá de nada porque el niño es demasiado pequeño para comprenderlo. Aunque no está de más decírselo.
Debemos tranquilizarle con mucho cariño y quedarnos a su lado el ratito que sea necesario.
Mimos y comprensión
A esta edad, las explicaciones con la intención de controlar sus miedos no sirven de gran cosa porque todavía no son capaces de comprenderlas bien.
Por ejemplo, ante el miedo a las tormentas, lo que necesita un niño en ese momento es nuestra compañía y consuelo. Debemos acariciarle y explicarle que no pasa nada, que las nubes se están peleando. Podemos inventarnos un cuento muy sencillo sobre el tema en el que todo se resuelva felizmente. Quizás lo entienda todo a medias, pero nuestra presencia hará el resto.También podemos jugar a hacer ruidos con la boca y las manos o golpear un tambor. El juego y la risa son armas eficaces para combatir los miedos infantiles.
Un buen abrazo es un consuelo seguro. Nuestro contacto y nuestros brazos son el mejor refugio. El contacto físico es un modo de demostrar amor, y si habitualmente es necesario, aún lo es más como receta contra el miedo.
No hay que forzar al niño
Tenemos que entender que el miedo es algo natural, sobre todo en los niños. Al cabo de un tiempo se va por donde ha venido.
No hay que avergonzarles ni hacerles sentir que sus temores son incorrectos. Debemos consolarles y transmitirles seguridad.
Tampoco hay que obligarles a enfrentarse a lo que les asusta. Aunque si con nuestro apoyo y protección se sienten más valientes, hay que animarles. Si el niño no quiere que le coja el rey mago pero se atreve a saludarle desde nuestros brazos, estupendo.
No debemos utilizar sus miedos para controlarles. Decirles "como no te portes bien me marcho y te dejo solo", es cualquier cosa menos un buen recurso educativo.
Procuraremos no contagiarles nuestros temores. Si nos asustan los perros, sería bueno que el niño estuviese acompañado por otra persona que le inspire seguridad cuando nos encontremos con uno.
Por: Luciano Montero, psicólogo.
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