lunes, 30 de mayo de 2011

Amarse con los ojos abiertos

Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.

Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.

Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa.

La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.

Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él.

Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro.

Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.

Hablamos del amor en el sentido de "que nos importa el bienestar del otro".

Nada más y nada menos. El amor como el  bienestar que invade cuerpo  y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.

Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío.

El  placer de estar con  alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos  y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.

Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente.

Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento  personal.

"El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en vos." Mauricio Abadi.

Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias.

Jorge Bucay.

Que son las afirmaciones y cómo funcionan?


Son pensamientos positivos o negativos sembrado en nuestra mente/corazón mediante el proceso de la repetición y que generan un resultado en nuestras vidas.

Las creencias, conceptos y actitudes que se tienen como marco de referencia y acción las hemos venido escuchando una y otra vez en ideas que otros expresaban cuando conversaban desde la infancia y como niño no se cuestionaban, simplemente se tomaban como ciertas. Cuando adultos ya esas creencias están arraigadas en el subconsciente e incrementadas por el entorno. No sabemos cómo llegaron, cómo se quedaron, ni el impacto que han tenido en la  vida a lo largo de los años, pero esas creencias son las responsables de la manera cómo afrontar la vida, de las decisiones que se toman, esas creencias constituyen el filtro a través del cual miras el mundo que te rodea y a tí mismo.

En otras palabras, la mezcla entre creencias, ideas, actitud lo que hace es darle a tu mente-corazón, la idea de un propósito. La mente producirá cualquier cosa que desees si le das la oportunidad. Es como sembrar la semilla de lo que deseas cosechar y cuidar. A través de la repetición, puedes alimentar la mente con pensamientos positivos o negativos y conseguir tu meta deseada o no. Ya que creer es crear, todo aquello en lo que enfocas la mente lo crearás, tarde o temprano. 

Las afirmaciones positivas son herramientas que se utilizan para reemplazar conceptos o ideas, nos permiten superar creencias así como cambiar conceptos y actitudes acerca de nosotros mismos.  

Por lo tanto, la primera acción a tomar es vigilar nuestros pensamientos determinando cuáles son los que hay que ir cambiando y alineando con nuestros propósitos y metas.  Al detenernos en este punto, observaremos que inconscientemente tenemos pensamientos recurrentes que nos causan tropiezos y que no nos permiten avanzar, a éstos son los que tenemos que atender y darles un giro positivo.

Una de las condiciones para hacer afirmaciones efectivas que reprogramen tu mente y te permitan tener nuevos horizontes es que éstas deben estar acompañadas de un sentimiento acorde con lo que desea atraer a tu vida, que estén impresos con la emoción que sentirás una vez alcanzada la meta. Esa emoción es necesario sentirla desde el preciso momento en que envíes al Universo tu deseo, vívela, siéntete disfrutándola. Da por hecho que tu deseo es una realidad presente en tu vida ya!

Toda larga caminata comienza por el primer paso. Si dudas de la efectividad de las afirmaciones sólo observa tu entorno y analiza cuáles de tus afirmaciones negativas o positivas inconscientes o conscientes te han llevado a dónde te encuentras en este preciso momento. Qué creencias arraigadas han sido el motor que te han impulsado a este instante de tu vida? Qué actitudes has desarrollado que han sido utilizadas para lograr lo que eres hoy?

Comienza a realizar cambios en pequeños estadios de tu vida, en cosas sencillas, has afirmaciones positivas para cambiar cosas generales y cotidianas, al ver los resultados te sentirás impulsado a ir creciendo en tus metas y propósitos generando confianza en ti mismo. 

Algunas afirmaciones podrían ser aquellas que te permitan ir aceptando el hecho de que puedes cambiar tu vida cambiando tus afirmaciones y agradeciendo por ello. Por ejemplo:
  • Cada día descubro nuevos dones en mí, los acepto y los pongo en práctica.
  • Tengo la mente despejada y logro ver claramente mis metas.
  • Tengo una fuerte sensación de paz y seguridad.
  • Me resulta fácil realizar cambios en mi forma pensar que me llevan a lograr mis metas.
  • Me cubro de amor y me perdono.
  • Tengo absoluta libertad para crear mi futuro.
  • Mis pensamientos, creencias y actitud están alineados con mis metas.
Repite estas afirmaciones como mantras durante todo el día, las veces que desees, especialmente al levantarte y al acostarte, imprímeles la emoción de lo logrado, acompáñala con visualizaciones y siente la tranquilidad de ser el creador de tu vida.

En unos días se va a notar el cambio en tu vida. Hazlo con constancia los cambios no se harán esperar. Cuando te sientas más confiado entonces haz más afirmaciones, más completas, más específicas. No te limites, abre tu mente y corazón. 

Para elegir tus afirmaciones puedes hacer una selección de aquellas que traten el tema que más ocupa tu vida en este momento, lo que más te interese atraer o puedes hacer una selección cubriendo todas las áreas de tu vida.

Las afirmaciones puedes organizarlas como desees, escribirlas, hacer una lista y pegarla en tu habitación, hacer pos its y pegarlos por toda la casa, hacer un fondo de pantalla para tu computador, hacer tarjeticas para llevar a todas partes, leerlas todos los días, recitarlas en el espejo, lo que se te ocurra. Lo más importante es que respetes el ingrediente principal que es la repetición-emoción-visualización, la constancia es la clave.

El uso de las afirmaciones para reprogramar tu mente no falla. Es la manera como nuestro subconsciente funciona. Él toma como cierto todo lo que le decimos. 

Recuerda que el reprogramar toma su tiempo, hay que vaciar el vaso para dejar espacio para lo nuevo. De allí la importancia de la sustitución de una creencia, idea, actitud negativa por una positiva. No dejemos espacios por llenar…

No pienses que requieres tener un tiempo específico o una hora específica para comenzar a trabajar en tus afirmaciones positivas. Comienza ahora mismo, escribiendo unas afirmaciones generales para entrar en calor si es que las necesitas o unas específicas si te sientas con la suficiente confianza como para hacerlo. Escríbelas y léelas ahora por primera vez. Después edítalas si deseas pero comienza ahora.
Diviértete diseñando tu vida y tus nuevas experiencias!!!
Abrazos de paz! 

Tammy

miércoles, 25 de mayo de 2011

Hablando de erotismo...

Cuando se habla de erotismo parece que todo mundo entiende solo aspectos que tienen que ver con la parte física de la sexualidad y con el acto sexual corporal lleno de pasión y de impulso, pero se nos olvida que la palabra erotismo viene de Eros que es el Dios griego del amor y que se vincula desde la filosofía de Platón, con el encuentro armonioso de dos almas.

Hablar del alma es colocarnos en un nivel metafísico, es decir, estamos en un nivel psíquico, y en éste se llega a la satisfacción, cuando los encuentros amorosos se vinculan con lo sagrado. Puede sostenerse que la sexualidad no está desvinculada del alma, o más precisamente, puedo decir que en el acto sexual se involucra una serie compleja de nuestra naturaleza, puesto que es un acto en donde se unen alma y cuerpo. Por supuesto, admitamos que el placer se halla en la piel, en el abrazo, en las caricias, pero se obtiene un alto placer, porque quien vuela en ese momento es el alma.

Dice Tomas Moore (libro "El alma del sexo") que en “general tratamos al cuerpo como si fuese un esqueleto envuelto en músculos y relleno de órganos”, pues asociamos la sexualidad a un acto carnal, lleno de placer, pero no nos damos cuenta que el cuerpo está animado, y entonces, el análisis complejo de el acto erótico
nos llevaría a comprender sus múltiples implicaciones, que involucran aspectos o zonas de nuestro ser que son metafísicas, no por eso carentes de realidad, pero que son de una sutileza que requiere determinado comportamiento que se ha perdido en esta era hedonista, que solo persigue el placer sin más, que busca satisfacción inmediata, descarnada, es decir desvinculada del alma, y tratamos a la sexualidad a veces como un acto mecánico, copulativo sin más, como si fuese un divertimento del que podemos disfrutar sin habernos percatado todo lo que le afecta al alma.

De hecho como señala Tomas Moore, cuando una pareja se une sexualmente existe una emoción tan fuerte, que puede llegar a establecer una armonía con el cuerpo, al punto que se quiebran los límites de la condición humana y nos hace penetrar otra realidad.3 Así entonces, entendemos que si traspasamos a otra realidad, es porque quien mueve a la persona en el acto sexual es el alma, y nos coloca en esa dimensión espiritual en la que ya no existe espacio, ni tiempo, y si hay armonía en las caricias y en el afecto, nos conduce lejos de la realidad.

La sexualidad se vuelve erotismo si el ser humano se da cuenta de que ha entrado en una zona misteriosa,
profunda, en la cual, el acto erótico alcanza la eternidad, por ejemplo, nos damos cuenta de este instante
en que hemos percibido la eternidad, cuando el placer de los cuerpos se torna ensoñación y además alcanzamos el nivel más alto de libertad, al moverse el cuerpo con absoluta confianza y sensualidad,
alcanzando los límites más altos de lo voluptuoso, pero unido a lo sagrado. Es sagrado porque el amado es alguien especial, único, y además es transparente el sentimiento que expresamos con él, no hay engaño en las emociones. Desaparecen las necesidades y solo fluye la carnalidad sensual que vibra al unísono con otra alma, si existe armonía, es porque están unidos cuerpo y alma.

Fuente:  revista.unam.mx

lunes, 23 de mayo de 2011

Enfermo de amor?

Thomas Moore nos envuelve en las profundidades del alma  con su forma de tratar las experiencias que pueden acongojarla de una manera natural, sublime y podriamos decir hasta poética.
El fragmento que dejo a continuación es de su libro   "Las noches oscuras del Alma  ", nos adentra en lo que comunmente conocemos como Mal de Amores. Disfrutenlo! Abrazos!
 

Mal de amores
Todo el que haya pasado por un divorcio, haya vivido con una pareja celosa o haya sufrido malos tratos domésticos sabe que una de las causas principales de una noche oscura es el amor. El amor puede comenzar en la oscuridad, como en la imagen de Cupido con los ojos vendados cuando dispara su ardiente flecha. Uno se siente de pronto invadido por otra persona y preso de la pasión. Posteriormente se producen períodos de confusión y deseo y, quizá, pensamientos de ruptura. Lo que empieza rebosante de esperanzas y promesas da paso a serias dudas y la ambivalencia emocional. Aunque el enamorado puede interpretar esos altibajos como un problema personal a la hora de comprometerse, sería más exacto decir que el amor es de por sí inconsistente y encierra una histeria inherente.

La persona enamorada puede sentirse amenazada o poseída por los celos, ser víctima del afán de dominio del otro, quedarse estancada en una relación fría y quizá perjudicial, o quedar atrapada en un callejón sin salida en el que el amor no le lleva a ninguna parte. Quizá piense que está con una pareja inadecuada, en el momento inadecuado, en el lugar inadecuado y por motivos inadecuados. Con frecuencia la relación amorosa no funciona o se agria. Las personas sueñan con un amor apasionado, una relación sexual satisfactoria y una vida tranquila, pero a menudo su sueño se convierte en una pesadilla.

Safo, la antigua poetisa griega, una de las grandes poetisas del amor de todos los tiempos, fue la primera en calificar el amor de agridulce, aunque posteriormente invirtió las palabras y lo calificó de dulce amargo. La filósofa y poetisa Anne Carson destaca este detalle porque por lo general el amor al principio es dulce y luego se hace amargo. Yo creo que el amor es alternativamente dulce y amargo o constantemente agridulce. La gente se refiere con frecuencia a la dulzura del amor y se abstiene de mencionar su amargor.

El amor también es un tipo de locura. Nos encierra en una burbuja de fantasía en la que las emociones son intensas. Uno siente que pierde el equilibrio. Comete toda clase de tonterías. Su sentido de la responsabilidad se esfuma. Uno hace oídos sordos a los prudentes consejos de amigos y parientes. En su delirio, uno puede acabar casándose o, en el caso de una mujer, quedarse embarazada. Posteriormente dedica muchos años a tratar de construir una vida razonable. En el momento más impensado puede caer en una noche oscura del alma creada por la profunda insatisfacción que deja la estela del amor.

Caminar sobre brasas
Un aspecto curioso del mal de amores es su tendencia a prolongarse más allá de su tiempo de maduración. Las personas saben que se hallan en una situación que no les beneficia, pero permiten con frecuencia que ésta se prolongue durante años. Aunque no tomen ninguna iniciativa, confían en que la relación mejore. Muchos se aferran a la seguridad que poseen en lugar de arriesgarse a emprender una relación más vital pero imprevisible con otra persona. Pero a menudo la gente se resiste a poner fin a una relación hasta que no se agota la más mínima esperanza de mejorar.

Algunas personas aplazan lo inevitable hasta que ya no pueden soportarlo más. Entonces adoptan una actitud decidida y enérgica. 

Requiere tiempo para que el alma, tan profunda y compleja, ponga en orden sus sentimientos y tome una decisión. Yo suelo esperar hasta que la manzana de la decisión está a punto de caer del árbol por su propio peso. Sin duda, tengo una paciencia o una capacidad de contemporizar exagerada. Cuando aconsejo a otros, no me precipito. Creo que es importante estar bien seguro antes de tomar una decisión. Muchas personas toman decisiones basándose exclusivamente en el principio de que es preciso hacer algo. Pero el alma tarda un tiempo en adaptarse a esas decisiones apresuradas.


sábado, 21 de mayo de 2011

Trastorno Obsesivo-Compulsivo en Niños

El desorden obsesivo-compulsivo (OCD – Obsessive-Compulsive Disorder) usualmente comienza en la adolescencia o en los primeros años de la edad adulta y puede ocurrir en 1 de cada 200 niños y adolescentes. El OCD se caracteriza por obsesiones y/o compulsiones recurrentes que son lo suficientemente intensas para causar malestares severos. Las obsesiones son pensamientos recurrentes y persistentes, impulsos o imágenes no deseadas que causan marcada angustia o ansiedad. Frecuentemente, éstas son irracionales e irreales. No son simplemente preocupaciones exageradas acerca de problemas de la vida real. Las compulsiones son el comportamiento repetitivo o ritual (como lavarse las manos, acumular cosas, poner las cosas en un orden determinado, comprobar algo repetidamente) o actos mentales (como contar, repetir palabras en silencio, evitar acciones o cosas). Con OCD, las obsesiones o compulsiones causan una ansiedad significativa o angustia, e interfieren con la rutina normal del niño, su funcionamiento escolar, sus actividades sociales o sus relaciones.

Los pensamientos obsesivos varían con la edad del niño y pueden cambiar a través del tiempo. Un niño pequeño con OCD puede temer que le hagan daño a él o a un miembro de su familia, por ejemplo, que un intruso entre por una ventana o puerta abierta. La compulsión llevará al niño a seguir comprobando que las puertas y ventanas de la casa están cerradas aun después de que sus padres se acuesten, tratando así de aliviar su ansiedad. Al niño le dará miedo de haber dejado una puerta o ventana abierta sin darse cuenta mientras comprobaba si estaba cerrada y luego compulsivamente tendrá que comprobar otra vez si está o no abierta.

Un niño de edad escolar o adolescente con OCD puede tenerle miedo a enfermarse con gérmenes, al SIDA o a comida contaminada. Para poder sobrellevar estas ideas, el niño puede desarrollar "rituales" (comportamiento o actividad que se repite). A veces, la obsesión El desorden obsesivo-compulsivo en niños y adolescentes, "Información para la familia" No. 60 y la compulsión están vinculadas: "Temo que esta cosa mala pasará si dejo de comprobar o de lavarme las manos, así es que no puedo dejar de hacerlo aunque no tenga ningún sentido".

Las investigaciones indican que el OCD es un desorden del cerebro que tiende a repetirse en las familias, aunque esto no significa que el niño necesariamente ha de manifestar los síntomas. Algunos estudios recientes demuestran que el OCD puede manifestarse o empeorarse después de una infección por estreptococos. Un niño puede desarrollar OCD sin tener un historial familiar.

Los niños y adolescentes a veces sienten vergüenza y se abochornan porque tienen OCD. Muchos creen que esto quiere decir que están locos. La buena comunicación entre padres y niños los puede ayudar a comprender el problema y así los padres pueden darle el apoyo apropiado a su niño.

La mayoría de los niños con OCD se pueden tratar mediante una combinación de psicoterapia (especialmente con las técnicas cognoscitivas y de comportamiento) y con medicamentos, como los inhibidores selectivos a la reabsorción de la serotonina (SSRI). El apoyo y la educación de la familia son también centrales para el éxito del tratamiento. La terapia con antibióticos puede ser útil en los casos donde la enfermedad está vinculada a una infección por estreptococos.

El buscar la ayuda de un psiquiatra de niños y adolescentes es importante para poder entender los problemas complejos causados por el OCD.

Fuente: familymanagement.com

Unas cuantas gotas de valor ante la adversidad

Cuando nos encontramos ante una situación de angustia nos amarramos a ella sin saberlo. En vez de agarrar la dificultad por los cachos y asumir que debemos controlarla y quitarle el poder que en ese momento está generando en nosotros.
Es común encontrarnos desesperados y preocupados más de la cuenta cuando realmente debemos estar más concentrados analizando estratégicas para derrotar  lo que nos está ocasionando los dolores de cabeza en el menor tiempo posible.

Al final de cuentas estamos tan absortos  y distraídos que nos estancamos y no logramos ver la salida del problema.

Agrandamos los acontecimientos, los convertimos en monstruos que nos quitan el sueño, el hambre, la paz y nos mantienen en un estado de zozobra permanente. Lo que ignoramos es que este estado nos provoca incendios que queman nuestro ánimo y debilitan los rincones más recónditos del alma.

Nos encontramos enfrentando una tormenta en un vaso de agua y nuestro estado de ánimo parece trapeador viejo, deshilachado y sucio.

¿Qué es lo que sucede?
En dos palabras, nos estresamos.

Por ver las cosas fuera de proporción  se nos debilita la confianza y la estima. Vemos monstruos que no existen y rivales donde no los hay. Es como tener un espíritu hipocondríaco el cual ve en un simple resfriado una enfermedad terminal. Es entonces, cuando ese cáncer carcome muchos espacios de nuestras vidas, el trabajo, el hogar, la escuela, el matrimonio, los hijos… Todo nuestro entorno, o por lo menos los que más nos afectan.

Si persistimos en ese comportamiento muy pronto nos encontraremos tocando fondo. 

Lo primero a hacer es dejar de estar agrandando y dándole formas desproporcionadas  a las cosas que nos acontecen. Esto sólo nos lleva a ser mucho más celosos, inseguros, asustadizos y muy, pero muy amargados. Estaremos viendo la vida como una fuente constante de aflicciones, cargadas de ideas pesimistas y nos podemos imbuir en un pozo sin fondo de malos presentimientos, supersticiones, angustias injustificadas… Y pare de contar.

Pero entonces: Qué hacer para no ahogarse?
La actitud ante los acontecimientos hace la diferencia, la valentía, la mirada positiva del asunto, ser optimistas de cara al futuro son actitudes que pueden contribuir a enfrentar y mejorar los problemas.

 Si estás atravesando por una tribulación que te ha hecho perder la serenidad, el antídoto por excelencia es tener la certeza de que  tus angustias se desvanecerán muy pronto. Las tinieblas internas creadas desaparecerán ante los rayos solares que emiten una mente positiva.

Comienza a realizar una limpieza de tu mente y corazón, saca toda la basura que encuentren en ellos. Deshazte de aquello que te produce malas energías y vibraciones, decídete  a encarar tu vida con dignidad, amor, paciencia y mucha carga de compresión.

Muchos pacientes de cáncer lo hacen. Enfrentan su enfermedad con firmeza; y les va tan bien que incluso logran derrotar a la quimioterapia y se sobreponen a este penoso estado de salud. Todo lo que vivimos es una ilusión que creamos con nuestras historias personales, lo bueno es que podemos cambiar las historias y por ende la ilusión que vivimos. Así que a realizar limpieza profunda de todos esos armarios mentales que no tocamos en años, a vaciar cajones, limpiar ventanas y permitirnos llenarnos de luz Divina que nos guíe en el camino a la sanación. Si no logras enfocarte, respira profundo, invoca a Dios, al Universo… Que abran tus armarios mentales que te lleven al fondo de lo que te causa tanto disturbio y  al final encontrarás la nitidez necesaria para enfocar la solución.

Tenemos particulares formas de ver las cosas; sin embargo, casi siempre somos fatalistas y nos arropa el concepto de que nada es seguro. La verdad es que las cosas son imprevisibles y por eso, cuando nos ocurre algo, no estamos preparados para asumirlo. Es ahí donde conviene tener una gota de serenidad. Recuerda que la vida es eso, enfrentarnos a lo que se nos presente a diario y salir victoriosos de ello. Sin expectativas pero abiertos a vivirlo y solucionarlo.

Recuerda somos seres espirituales en una bella aventura terrenal, no necesitamos prepararnos para ser espíritus, ya lo somos. Precisamente nos decidimos a venir a experimentar a ser hombres y mujeres en cuerpo y alma esta mágica aventura llamada vida, así que ánimo, todos estamos en el mismo proceso, no estás sólo!!!
Abrazos de amor y paz. Tammy

Por qué les asusta el amor a los hombres?

Muchos Hombres luchan con las emociones
Según el doctor Steven Craig, psicólogo clínico y terapeuta, autor del libro ‘Los seis esposos que todas las esposas deberían tener', en muchas culturas ancestrales se caracteriza al amo como un dios o una diosa. ¿Por qué? Porque nadie lo puede controlar.

Cuando amas, lo posees y no te puedes librar de él. Es como la gripe. Pero la respuesta a esta encrucijada es única: control; pero nadie sienta a un niño y le da un discurso sobre cómo debe controlarlo porque él es un hombre. Y ese es el mensaje que los hombres reciben. Las emociones son para las mujeres, ellos en cambio deben mantener el control a toda costa. Sin embargo, el amor hace que pierdan el control y se crea un conflicto y esa es la razón principal por la que los hombres le temen.

Una segunda razón por la que a los hombres les asusta el amor, según Craig, es porque destroza las emociones. "Los hombres no son criados con emoción ni tampoco reciben el conocimiento y el beneficio de la experiencia de los hombres más viejos y sabios. Las mujeres en cambio, generalmente son provistas de todo esto y por eso no tienen problema en discutir sus sentimientos entre ellas y se les da el beneficio de la experiencia de las mujeres mayores y sabias. Esto parecería ser un fenómeno que atraviesa la cultura así que ninguna raza, religión o filosofía debiera ser culpada por ello", señala el experto.

La sabiduría popular dice que "los hombres son mentales y las mujeres son emocionales", lo cual es realmente un exceso de simplificación según Craig porque los hombres sí tienen emociones, pero se les convence de que no deben demostrarlas ni permitir que tomen control de sus acciones.

"El amor es una de las emociones más fuertes, así que va a desatar un conflicto con aquel mandato masculino de saber mantenerse en control. Una relación que verdaderamente compromete las emociones de un hombre es un reto y causa temor. En realidad causa tanto temor que un hombre pudiera estar enamorado por algún tiempo antes de que se dé cuenta de ello y cuando eso sucede es como si le cayera una tonelada de ladrillos pues de pronto aparece esta fuerza inmensa y sin forma alguna le encarcela y esto inicia una pelea consigo mismo sobre qué respuesta dar al sentimiento", anota Steven Craig.

El temor es algo que se maneja pero no se supera y la pelea entre responder o no a ese sentimiento es algo que logra congelar la opción. Por ejemplo, si un hombre le teme al amor se dirá a sí mismo que debe continuar con una relación a pesar de que tiene miedo pues el amor logra pesar más que el temor. Eventualmente, el miedo desaparece de forma gradual. No es posible esperar a que el miedo se esfume mágicamente, es necesario retarle. La opción de pelear o no hacerlo finalmente hace que ese hombre luche contra el miedo.

"Cuando un hombre se siente abrumado por la emoción, muy frecuentemente desaparecerá del radar y se retirará a su cueva. Esto se debe a que instintivamente siente la necesidad de retirarse del fuego en busca de un antídoto que le calme el estrés que ha producido una relación. Puede hacer cualquier actividad para apagar ese fuego o sentarse en frente del televisor y mirar cualquier cosa que no tenga importancia. Estas acciones le quitan la presión y renuevan su habilidad para enfrentar el reto. Usando una analogía se pudiera decir que cuando de manejar emociones se trata, los hombres tienen que llenar una taza de café mientras que las mujeres tendrían que llenar una piscina olímpica. Una vez que la taza de café está llena tendrá que ser absorbida por la experiencia de vida de ese hombre y entonces él será capaz de ir en busca de algo más.

Muchas mujeres han dicho que al comienzo todo era fantástico, se comunicaban regularmente con sus parejas, pasaban tiempo juntos, nada malo sucedía y, de pronto, ellos desaparecían del planeta ¿por qué? La respuesta es porque ellos necesitan procesar lo que les está pasando", dice el experto.

Según Craig, el codificar información sobre las relaciones es algo totalmente subconsciente para los hombres. Ellos, sin duda creen que si mantienen consciente su mente (que, además, siempre está ocupada), el subconsciente se hará cargo de todo lo demás. Las mujeres, en cambio, tienden a procesar la vida y a vivirla al mismo tiempo, en otras palabras, son multifacéticas. Esta condición femenina solamente vuelve más difíciles las cosas para que las mujeres logren entender por qué algo que les llega a ellas de manera tan natural parece imposible para ellos o al menos muy complicado. La única respuesta que el autor cree poder dar a las mujeres es que simplemente necesitan llenarse de paciencia.

¿Es esto justo? se preguntarán muchas de ellas. Puede ser que no, pero así hemos sido diseñados los seres humanos por el Creador y no hay más remedio que ajustarse a las realidades propias de cada género.

Fuente: sexualidad al día

viernes, 20 de mayo de 2011

De qué tienen miedo los niños?

Muchos niños se asustan de lo que no conocen y solo se sienten seguros con papá y mamá. Nuestro apoyo, proximidad y consuelo son las mejores herramientas para que superen sus miedos.

Suele decirse que cuando de verdad aparecen los miedos infantiles es a partir de los dosaños, porque a esta edad cobran protagonismo la fantasía y la imaginación de los pequeños.Pero eso no quiere decir que los niños no tengan miedo antes. Con un año, la mayoría de sus temores tienen que ver con el miedo a que les abandonen, por eso debemos intentar que se sientan seguros.

Los miedos más comunes
1. Juguetes

Algunos muñecos pueden provocarles pánico por su tamaño, por su expresión o por sus colores.
A muchos niños pequeños los payasos les causan un terror incontrolado. Su maquillaje, sus movimientos, sus voces, sus ropas y sus zapatones, diesñados para sorprender, no siempre divierten a los chiquitines.

2. Tijeras
También son muy frecuentes los temores a que les corten las uñas o el pelo con esas tijeras tan temibles. A esta edad todavía no tienen del todo claro qué duele y qué no, ni saben muy bien qué es propiamente su cuerpo. Por eso la tijera puede parecerles un arma terrible y el proceso del corte una feroz amputación.

¡Y qué decir de máquinas y electrodomésticos! La aspiradora, la batidora, la maquinilla de afeitar y otros ruidosos artefactos son capaces de ponerles los pelos de punta.

3. Separación
El temor a la separación es uno de los miedos más característicos de los niños con un año. Se manifiesta de diferentes formas. Una de ellas es la dificultad para despedirse de nosotros cuando tenemos que ausentarnos.

Cuando salgamos de casa, debemos despedirnos del niño aunque llore y le cueste. Así sabrá que puede confiar en nosotros y tendrá la seguridad de saber cuándo estamos en casa y cuándo no.

Si nos escapamos a escondidas se sentirá engañado. Además, su inseguridad será mayor porque, en cuanto no nos vea, tendrá la inquietud de que podemos habernos ido. Esto puede provocar que se nos pegue todo el día como una lapa y no soporte perdernos de vista. Si eso sucede demasiado a menudo, puede indicar un apego inseguro y ansioso.

Jugar al escondite puede ser de gran ayuda, ya que le hace sentir que podemos quedar fuera de su vista sin que por eso desaparezcamos del mapa.

Es bueno que se acostumbre a entretenerse solo algunos ratos. Le ayudará vernos aparecer de vez en cuando y oír nuestra voz desde otra habitación. Si tiene la tranquilidad de que estamos cerca y siente que puede contar con nosotros, pronto empezará a explorar el mundo por su cuenta.

4. Extraños
El miedo a los extraños es muy típico de esta edad, es otra forma que adopta el miedo a la separación y empieza a manifestarse incluso antes del primer cumpleaños.

El niño puede reaccionar aferrándose a nosotros cuando se encuentre ante personas desconocidas o a las que ha tratado muy poco. Debemos aceptar esta reacción como algo natural y saludable, ya que no tiene nada de extraordinaria.

Nuestro pequeño puede tener esta reacción en un primer momento, incluso cuando llegan los tíos o los abuelos. Nunca debemos tomárselo a mal, sino respetar la distancia y el ritmo que el niño necesita. Hay que dar tiempo al tiempo y dejar que el pequeño se acerque progresivamente a los suyos sin forzar las cosas.

Las gafas, las barbas, los bigotes, una gran estatura, una voz fuerte... pueden intimidar a nuestro hijo. Incluso que mamá se tiña el pelo o que papá vuelva de viaje con perilla, puede provocarle momentáneamente desconcierto y hasta temor. Dejemos pasar un poco de tiempo y todo volverá a la normalidad.

5. Oscuridad
El miedo a la oscuridad también es consecuencia del temor a la separación que puede empezar a inciarse a estas etapas. En realidad es un miedo a quedarse solo ante lo desconocido sin el amparo de papá y mamá.

Es mejor no dejarle llorando en su habitación con la idea de que ya se le pasará, porque confirmamos su temor al abandono, que es en realidad la base de su miedo.

Podemos volver para que compruebe que seguimos ahí, pero tratando de ampliar progresivamente los ratos que es capaz de permancer solo antes de dormirse.

La puerta abierta, una luz en el pasillo o un pelucheque le acompañe también serán de ayuda.

Hacerle entender que en la oscuridad no hay nada y que papá y mamá están en la habitación de al lado no servirá de nada porque el niño es demasiado pequeño para comprenderlo. Aunque no está de más decírselo.

Debemos tranquilizarle con mucho cariño y quedarnos a su lado el ratito que sea necesario.

Mimos y comprensión
A esta edad, las explicaciones con la intención de controlar sus miedos no sirven de gran cosa porque todavía no son capaces de comprenderlas bien.

Por ejemplo, ante el miedo a las tormentas, lo que necesita un niño en ese momento es nuestra compañía y consuelo. Debemos acariciarle y explicarle que no pasa nada, que las nubes se están peleando. Podemos inventarnos un cuento muy sencillo sobre el tema en el que todo se resuelva felizmente. Quizás lo entienda todo a medias, pero nuestra presencia hará el resto.También podemos jugar a hacer ruidos con la boca y las manos o golpear un tambor. El juego y la risa son armas eficaces para combatir los miedos infantiles.

Un buen abrazo es un consuelo seguro. Nuestro contacto y nuestros brazos son el mejor refugio. El contacto físico es un modo de demostrar amor, y si habitualmente es necesario, aún lo es más como receta contra el miedo.

No hay que forzar al niño
Tenemos que entender que el miedo es algo natural, sobre todo en los niños. Al cabo de un tiempo se va por donde ha venido.

No hay que avergonzarles ni hacerles sentir que sus temores son incorrectos. Debemos consolarles y transmitirles seguridad.

Tampoco hay que obligarles a enfrentarse a lo que les asusta. Aunque si con nuestro apoyo y protección se sienten más valientes, hay que animarles. Si el niño no quiere que le coja el rey mago pero se atreve a saludarle desde nuestros brazos, estupendo.

No debemos utilizar sus miedos para controlarles. Decirles "como no te portes bien me marcho y te dejo solo", es cualquier cosa menos un buen recurso educativo.

Procuraremos no contagiarles nuestros temores. Si nos asustan los perros, sería bueno que el niño estuviese acompañado por otra persona que le inspire seguridad cuando nos encontremos con uno.

Por: Luciano Montero, psicólogo.

jueves, 19 de mayo de 2011

Madres e hijas...

Un vínculo complejo y entrañable

La adoramos de niñas, la detestamos de púberes, peleamos con ella de adolescentes y si todo fue más o menos bien, la comprendemos y valoramos de adultas.

Cuando a su vez tenemos hijos, nos damos cuenta de cuánto la necesitamos y también de la complejidad en esto de “hacer” personas,  criar seres humanos.  Y ahí, sí, comenzamos a pensar en nuestra madre como alguien que trabajó mucho y que seguramente hizo todo lo mejor  que pudo dentro de sus posibilidades.

Esto en los casos en que existe “calidad” vincular y que se pudo pasar por las etapas y los matices complejos pero enriquecedores para ambas partes: las madres también aprenden con la hija sobre sí mismas y sobre la historia previa con la propia madre.

La Abuela

Existe por lo menos una historia de tres generaciones: abuela, madre, hija y por qué no, nieta. A veces, lo que no puede darse o resolverse con la madre, se busca en la relación con la abuela.  La abuela, más reflexiva y sabia por la experiencia puede atemperar situaciones críticas y brindar continencia o un refugio a la niña o jovencita.  Afortunadas las que tienen o tuvieron una abuela a quien recurrir!  Que permite que se genere un espacio diferente al campo conflictivo con la madre, quizás de apertura o de remanso o de ternura o incluso de afinidad (suele ocurrir que abuela y nieta tengan cosas en común).

Muchas veces la abuela reconoce en la nieta a la hija con quien tuvo no pocos problemas y se da cuenta que perdió muchas oportunidades de acercamiento.  O se encuentra ella misma siendo mucho más tolerante y cariñosa de lo que fue con su propia hija.  Por otra parte, los abuelos son en general mucho más permisivos con los nietos porque ya no recae en ellos la tarea educativa o la exigencia de sostener una familia.

La abuela se beneficia porque encuentra otra posibilidad de reparar cosas de su propia vida con su hija, de entenderla también o incluso de ayudarla al hacerse cargo de algunas cuestiones con la nieta:  ofrecerle su casa o su tiempo.  Sobre todo en estos tiempos en que las mujeres tienen múltiples funciones e intereses.  Al mismo tiempo tiene la experiencia de vida para abarcar con mayor amplitud los problemas y entender los ciclos del tiempo. La niña o la joven porque encuentra o puede aceptar que sea la abuela quien le señale cosas o le enseñe a revisar sus propios estados turbulentos.  Alguien que con cariño la acepta y a quien no tiene que demostrarle nada, que puede ser ella misma.

El campo de la relación nieta - abuela puede ser muy interesante: la abuela tiene la clave de la historia de las mujeres en la familia,  mira hacia atrás y mira hacia delante y puede señalar rumbos o elecciones que seguramente no se permitió con su hija. Una relación que crea identidad La relación madre - hija transcurre casi siempre en los bordes, no es definible, no es transmisible. 

Como todo vínculo gestante, es mutante, variable: transforma y se transforma. Las mujeres construimos ahí el núcleo del sí mismo y la identidad femenina. 

La identidad es el “ser”, el reconocernos como somos, como sentimos, como pensamos y como hacemos.

Las “malas” historias

Una mala historia con la madre ocasiona un daño muchas veces irreparable. Mala historia quiere decir que no se haya tenido oportunidad de revisar, de modificar, de transmutar en otra cosa. Mala historia puede ser la muerte de la madre ( si ocurrió en una edad temprana, antes de los 15 años y no hubo figuras fuertes sustitutas) porque deja un agujero en el alma.

Sin embargo hay vicisitudes que pueden ser tan trágicas como la pérdida de la madre,

1. El abandono, la ausencia o la indiferencia de la madre en forma permanente, el descuido o el olvido de sus necesidades, el que no “vea” a la hija en su singularidad o sensibilidad. Esto puede ocurrir por múltiples motivos: trastornos psíquicos, depresión profunda de la madre o situaciones muy críticas de vida (migraciones, muertes de familiares cercanos, accidentes) o vida turbulenta familiar, drogas, alcohol, etc. que llevan a una desconexión y a la pérdida de contacto genuino o profundo. Una de las bases para la buena constitución del estructuramiento psicológico es el establecimiento de lo que se denomina la “simbiosis” con la madre o sustituto.  Qué es la simbiosis? El vínculo de intimidad, de confianza básica, de borramiento de los bordes personales en los primeros estadios del desarrollo humano.  Es la simbiosis lo que permite que pueda existir luego diferenciación e individuación.  Si no hay madre, esa experiencia de ser uno con otro, de ser amados incondicionalmente, esa experiencia no existe y luego la buscamos de la peor manera.

2. La competencia eterna con la hija, el compararse constantemente con ella y demostrarle que es más inteligente, más bella o más deseable, según sea el valor que predomine en el otorgamiento de poder. El cuento de Blancanieves y la relación con la madrastra ejemplifica esta modalidad en forma cabal. En este caso se establece desde la madre una polaridad de buena - mala que tiñe todo el vínculo y la envidia y los celos con la hija desencadenan una lucha, una guerra planteada a lo largo de la historia entre ambas. Reclamos, comparaciones odiosas, ataques a la felicidad de la hija, planteos de rivalidad con el padre, entre otros.  
He visto algunos casos en donde la relación y los problemas con la madre ocupan más lugar que otros aspectos de la vida.  Lo difícil es asimilar la rivalidad y la envidia de la madre: no siempre se hace consciente pero tiene indefectiblemente un efecto destructivo.

3. Casos en donde la simbiosis no se rompe y la intromisión en la vida de la hija es constante y no se tolera que la hija rompa con el modelo o lo cuestione o tome una posición más crítica y por ende de des-cubrimiento de los pactos implícitos. En este caso el precio es el infantilismo crónico, la inmadurez, el estancamiento vital. Son las madres sobreprotectoras, solícitas hasta el asfixiamiento. 
La madre que todo lo puede, que está ahí en la más mínima contrariedad o dificultad.   Se “desvive” por la hija y es cierto porque casi no tiene vida propia, vive la vida de la hija.  La hija cree no poder arreglárselas sin la madre, incluso muchas veces trae a la madre con ella o vive en la casa de la madre con su familia o están muy cerca geográficamente.  Son madres que temen por la hija e hijas miedosas, fóbicas a todo lo nuevo, a las amistades, a las actividades por fuera del entorno más próximo, a tener contacto con otras ideas o maneras de pensar. Paradójicamente,  la hija crece y se desarrolla con la desaparición de la madre.  O cuando decide expulsarla o relegarla a un sector de su vida.

4. Los vínculos vampíricos donde la madre vive a expensas de la hija o la tiene de rehén escudada en una enfermedad psíquica o somática real o fantaseada.  La moneda de cambio es entonces la culpa que inocula, la culpa que aparece frente a cada oportunidad de vida independiente de la hija o con otra persona.  Puede tratarse también de madres débiles, dependientes que depositan en la hija deberes o responsabilidades que ellas no asumen (cuidado de enfermos, de otros hijos, de sus padres, en el matrimonio, etc)  En este caso es el fenómeno inverso al anterior: se magnifica la capacidad de la hija y su posibilidad de hacer frente a grandes problemas y situaciones.  Desde muy temprana edad estas niñas se hacen cargo de otros, ya sea  de mantener la organización doméstica o de sostener emocionalmente a sus padres.  Podemos imaginarnos el nivel de sobreexigencia para una niña: afecciones psicosomáticas, ausencia de niñez, modelo vital de sacrificio y sobreadaptación.

5. Descalificación, críticas ácidas por nivel muy alto de exigencia en diferentes áreas de desempeño (estudios, comportamiento, inteligencia, belleza, pareja o novio, etc)  y atrofia de la autoestima de la hija.    Exigencias desmedidas de desempeño unido a una insatisfacción pemanente de los logros obtenidos por la hija.  Muchas veces se trata de una insuficiente valoración personal que se proyecta en la hija y ésta pasa a ser la que es poco valiosa.

6. Capítulo aparte es el caso de las adopciones.  La hija adoptiva en particular, al menos en mi experiencia, es de una complejidad enorme.  La relación madre - hija adoptiva suele configurar una experiencia muy laboriosa, tensa y difícil.  Por supuesto que siempre dependerá de las condiciones de la adopción, de la claridad de la relación, de la elaboración de la experiencia, de las características de la niña y de muchas configuraciones contextuales. Preferimos mencionar solo el tema porque merece un tratamiento particular. Vale la pena aclarar que estas descripciones son a titulo ilustrativo y se hipertrofian ciertos rasgos con fines didácticos. 

La realidad ocurre con variaciones y mezclas diversas de estas vicisitudes y aún puede conformar otros registros vinculares. Es más, todo vínculo con la hija contiene gran parte de estos ingredientes que hemos mencionado.  Lo que hará más o menos saludable a la relación será la intensidad o la estereotipia de alguno de los rasgos, en el sentido de no poderlos reconocer y por lo tanto correr el peligro de que se fosilice la capacidad de cambio y transformación. Siempre en una historia crítica o dificultosa, debemos remontarnos a la historia previa para entender ciertas carencias o déficits en la capacidad de maternar.   

Por otro lado no todas las mujeres tienen el mismo grado de inclinación o interés en ser madres, cosa que es natural y no como la cultura puede hacer creer: que se es una madre “desnaturalizada” por tal o cual característica que no se condice justamente con lo establecido en la cultura.

La capacidad de maternar incluso puede aparecer en múltiples actividades: maestras/os, profesionales, cuidadores, y no es patrimonio exclusivo de la mujer - madre. Para maternar se requiere una dosis muy alta de entrega, altruismo, discernimiento entre las propias vivencias y características y las del hijo o hija.    Discernimiento y conciencia de las diferencias entre los hijos y sus distintas necesidades y cualidades psicológicas, somáticas, espirituales.  Entre otras cosas. 

Se requiere cuidado y desarrollo del sí mismo para no depositar en la hija o hijo las expectativas no cumplidas o cargarlos con las compensaciones personales. Y aún así, estaremos siempre transitando por situaciones donde por un lado estarán los mandatos con los juicios de valor cultural que nos ordenan cumplir de una determinada manera nuestra función de madres (en este caso) y por el otro nuestra oscura naturaleza humana, nuestros sentimientos y contradicciones flagrantes, nuestro corazón y las entrañas de nuestros problemas.

Fuente: Inés Arribillaga - mujeresdeempresa.com

Sexualidad y calidad de vida de la mujer mayor

A todas mis queridas amigas, que en este preciso momento se sienten a un lado de la vida, estacionadas, no queridas, que piensan que su tiempo se agota... A a todo el que presagia un gris ocaso con el cual lidiar. A la soledad, a la tristeza, a la incomprensión del entorno... A todas mis queridas almas femeninas abatidas por el paso de los años; les dejo esta ponencia como reflexión.

Cada día de nuestra existencia es un regalo, una nueva esperanza, un nuevo amanecer, una nueva oportunidad, un nuevo comienzo, un nuevo amor, una nueva aventura. Disfrútemos la delicadeza y el arruyo de VIVIR!!!

Texto de la ponencia presentada en el VIII Curso de Actualización de ASOGA Barranquilla, (9 de septiembre de 2005) enviado por la Dra. Mirta Nuñez de Familia y Planificación Personal.

En primer lugar quiero agradecer a los y las organizadoras de este VIII Curso de Actualización de ASOGA el haberme invitado a participar e intercambiar con ustedes algunas reflexiones sobre el tema de la calidad de vida y de la sexualidad de las mujeres mayores.

Quiero también precisar de una vez que no soy especialista de esta problemática aun cuando desde mi práctica de mujer feminista, y aun más, de mujer feminista de 62 años, el tema lógicamente me había interesado y sigue interesándome. Pero como no soy ni ginecóloga ni siquiera especialista en geriatría, abordaré la temática desde donde puedo hacerlo. Es decir desde una mirada de la sospecha sobre los discursos culturales en general y probablemente e inevitablemente desde mi propia experiencia de mujer que ya entró de pleno en esta etapa de la vida.

Y para iniciar quiero hacer una precisión de vocabulario: les cuento que al hablar de hombres o mujeres de 50, 60 o 70 y más, no me referiré nunca a adultos o adultas mayores porque me parece un eufemismo innecesario. Ser viejo, ser vieja, en muchas otras culturas es una condición digna y habitada de una inmensa honorabilidad y respeto. Y si se trata de ocultar esta etapa de la vida, que se inicia para las mujeres con la menopausia, detrás de esa formula de adultas mayores, entonces prefiero llamar la vejez una etapa de juventudes acumuladas.

Ahora bien, entrando en el tema específico de menopausia y calidad de vida, tenía varias opciones para ofrecerles.

En primer lugar y tal vez para recordar lo que puede sentir una mujer de ya más de 60 años —es decir menopaúsica desde hace más de 10 años (que de todas maneras es una bastante mejor denominación que la de histérica que a menudo me otorgaron durante los 30 precedentes años)— inmersa en una cultura aun muy patriarcal que se esfuerza por convencerla que ya nada bueno puede esperar pues ya el reloj biológico la obligó a repensar, no solo sus relaciones con ella misma, sino también con los otros y el mundo, quiero leerles una de mis columnas de El Tiempo que escribí, ya hace más de un año, la semana de mis 60 años.

“Tener 60 años”

Tener 60 años es tener dos veces 30 años; es entonces reconocer la densidad y riqueza del ayer y lo frágil y precario del mañana; es estar dispuesta a vivir intensamente la década que se abre con la lúcida convicción de que puede ser la última —o por lo menos la última en poder vivirse intensamente—; es ya no posponer los sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible. Es alegrarse cuando, al despertar, a uno le duele algo: una articulación, la garganta, la cabeza, porque significa que esta viva —esto me le enseño un amigo algo pesimista y a la vez de una gran lucidez en cuanto a los pequeños estragos de los años acumulados.

Tener 60 años es tener respeto a los espejos porque no mienten y no volverán a mentir nunca más.
Tener 60 años es por fin saber quienes son sus verdaderos amigos y amigas y haberse ganado el enorme privilegio de no simular más frente a los otros; es saber decir “no” cuando es “no”; es conocerse a fondo y poder, por fin, dialogar con su cuerpo, conocer los caprichos de su digestión, los ritmos de su corazón, la capacidad de sus pulmones y la susceptibilidad de sus articulaciones en tiempos de lluvia.

Tener 60 años es burlarse de todas las dietas de las revistas femeninas porque ya uno sabe perfectamente cual es su dieta de vida. 

Tener 60 años es conversar con la soledad y nunca sentirse sola con ella. Tener 60 años es ya no pedir permiso a nadie para cumplir un viejo sueño, para ir a cine a las tres de la tarde, tomar un aguardiente antes de la telenovela de la noche o prender la luz a las tres de la mañana para leer nuevamente una capitulo de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust porque no logró conciliar el sueño. Es saber que nadie nos espera en casa y alegrarse porque podrá almorzar o comer con lo que más le gusta: una ensalada acompañada de pan y queso. Poder comer lo que le antoja a la hora que le antoja es un verdadero lujo para una mujer, y esto lo puede hacer a los 60 años, o lo debería poder hacer. Sí, porque al escribir esto, sé una vez más que soy una mujer privilegiada. A la vuelta de la esquina de mi casa, una mujer como yo, de 60 años, es desplazada, violentada y olvidada.

Tener 60 años es asombrarse de lo que ha logrado con sus hijos o sus hijas que ya están en la década de los 30. Es inaugurar por fin nuevas miradas, nuevos diálogos con ese sentimiento de desprendimiento y de levedad frente a ellos o ellas. Lo hecho, hecho está y ya no existe sino el asombro frente a estos hombres o mujeres que un día, hace mucho, habitaron en sus entrañas y, algo más tarde, se refugiaron en sus brazos buscando consuelo.

Tener 60 años hoy es a veces ser una abuela indecente, enamorada, liviana y desculpabilizada.
Tener 60 años es entender el misterio de la vida y empezar a confrontarse con la muerte, sin temor ni tristeza porque está ahí asomándose, tímidamente pero inexorablemente. Tener 60 años es empezar a despedirse demasiado temprano, siempre demasiado temprano, de buenos amigos o amigas. Tener 60 años es tener dos veces 30 años, o sea mucha juventud acumulada. Hoy, doy la bienvenida a mis recién inaugurados 60 años.
De hecho escribí esta columna para convencer a mis amigas generacionales que, entrando en esta etapa, es necesario aprender a burlarse de los discursos de una cultura que nos quiere, o nos vuelve, invisibles, calladas y deterioradas. Discursos de una sociedad basada cada vez más en una lógica de mercado que exige productividad y consumo, lógica que los medios se encargan de difundir con sus comerciales que no hacen sino mostrarnos el universo de una juventud asociada a la belleza, al éxito y al amor. En este contexto, ser deseada después de los 50 años es un imposible. Ni se dice a los 60… Y de verdad, no entiendo a los hombres, quiero decir a aquellos de 40, 50 o 60, que siguen prefiriendo una mujer de 26 años a una mujer de 50, 55 o 60. Esa mujer que ya conoce su cuerpo, que ya resolvió los problemas de la maternidad, que sabe cocinar, que ya tiene una historia, y sobre todo esta belleza, esta expresión, esta mirada que le ha dado la vida y la experiencia de los amores difíciles.

Y entonces estoy pensando también volver a leer con ustedes las 10 últimas páginas de una inmensa novela de Gabo, “El amor en los tiempos del cólera” cuando Florentino Ariza y Fermina Daza, los dos cumulando más de 150 años, después de 53 años, siete meses y once días con sus noches, hacen por fin el amor, descubriendo los dos que hacer el amor es mucho más que un acto biológico de penetración ligado a ciertos estímulos hormonales. El amor, el erotismo y la circulación del deseo no tienen nada que ver con la química, a pesar de algunos artículos que salen periódicamente para tratar de convencernos que el amor es una cuestión de química y que pronto podremos ver una molécula de amor debajo de un microscopio. Sí, que bello este libro si lo comparamos con las putas tristes de su último cuento que nos viene a contar las miserias de la vejez masculina cuando necesita carne fresca antes de morir. Ese viejo y eterno cuento de los miserables putos del mundo. (Y aprovecho para contarles que mi computador me subrayo putos como palabra que no existe, más no putas…)

Pero Florentino y Fermina están ahí para mostrarnos que, más allá de las modificaciones biológicas debidas a la edad avanzada de los dos, y de todo lo que nos ha contado la cultura y el discurso medical tradicional sobre el secamiento de las paredes vaginales y la disminución del deseo sexual entre otras cosas, desear al otro esta hecho de muchos elementos que permanecen intactos a pesar de los años. La circulación del deseo, desde lo imaginario, lo simbólico, la palabra y la experiencia amorosa acumulada, puede más, mucho más que la edad de nuestra piel y de nuestras hormonas.

“…Vivían horas inimaginables cogidos de la mano en las poltronas de la baranda, se besaban despacio, gozaban la embriaguez de las caricias sin el estorbo de la exasperación. La tercera noche de sopor, ella lo esperó con una botella de anisado (….), necesitaba un poco de aturdimiento para no pensar en su suerte con demasiada lucidez, pero Florentino Ariza creyó que era para darse valor en el paso final. Animado por esa ilusión se atrevió a explorar con la yema de los dedos su cuello marchito, el pecho acorazado de varillas metálicas, las caderas de huesos carcomidos, los muslos de venada vieja. Ella aceptó complacida con los ojos cerrados, pero sin estremecimiento, fumando y bebiendo a sorbos espaciados. Al final cuando las caricias se deslizaron por su vientre, tenía bastante anís en el corazón.

-Si hemos de hacer pendejadas, hagámoslas –dijo- pero que sea como la gente grande.

La llevó al dormitorio y empezó a desvestirse sin falsos pudores con las luces encendidas. Florentino Ariza se tendió bocarriba en la cama, tratando de recobrar el dominio, otra vez sin saber qué hacer con la piel del tigre que había matado. Ella le dijo: “No mires”. El pregunto por qué sin apartar la vista del cielo raso.

-Porque no te va a gustar- dijo ella.

Entonces él la miró, y la vio desnuda hasta la cintura, tal como la había imaginado. Tenía los hombros arrugados, los senos caídos y el costillar forrado de un pellejo pálido y frío como el de una rana. Ella se tapó el pecho con la blusa que acababa de quitarse, y apagó la luz. Entonces él se incorporó y empezó a desvestirse en la oscuridad, tirando sobre ella cada pieza que se quitaba, y ella se las devolvía muerta de la risa…”

Dejo aquí para no aburrirlos, pero como lo saben, Florentino y Fermina no se separaron un solo instante en los días siguientes.

Es una lección que nos da García Márquez a través de sus dos protagonistas, una lección de humanismo, una prueba de nuestra humanización, una prueba bellísima de que definitivamente nos hemos alejado del macho y de la hembra que solo pueden obedecer a determinismos biológicos en el único contexto de la reproducción. Amar y desear a los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta es la victoria de lo simbólico, de lo imaginario y del erotismo sobre la triste cópula de los animales y desafortunadamente de algunos animales de la especie humana también…

Por supuesto que para vivir esto es necesario, como ya lo mencioné, decir adiós a los estereotipos culturales que constituyen a menudo nuestras propias ataduras. Es probablemente necesario haber sido protagonista de lo que fue la revolución pacifica de las mujeres para resignificar nuestras existencias bajo nuevos parámetros; y sé también que todas las mujeres colombianas de mi edad no han podido aun vivir esto, quiero decir los profundos cambios en la identidad femenina que ocurrieron durante los últimos 50 años. Mi generación pertenece a una generación de protagonistas históricas sin precedente: la ciudadanía, hace exactamente 50 años, — en 1954 obtenemos el derecho al voto— la anticoncepción, que nos permitió por primera vez en la historia de la humanidad, separar por fin la sexualidad de la reproducción, hace cuarenta años; la educación y la universidad que nos posibilito empezar a existir desde un ser de sí; el trabajo que nos sacó del patio de atrás y nos proporciono alguna autonomía e independencia económica. Más de 50 años de lucha nos cambiaron la vida en medio de enormes resistencias.

Las imágenes culturales de mujeres mayores de mi infancia hablaban de mujeres tristes y vestidas de gris, de señoras de la misa de seis, de señoras bien aventajadas, la maestra de escuela con su traje sastre y su peinado de moña y de las abuelas o tías solteronas, o mujeres llenas de experiencias pero relegadas al patio de atrás repitiendo con sus nietos y nietas lo que habían hecho toda la vida Eran las mujeres viejas de mi infancia. Por supuesto existían excepciones como lo fue Esmeralda Arboleda y sus compañeras de lucha quienes, ya en 1930, sintiéndose incómodas en un mundo de hombres que no las dejaban existir en el sentido moderno de la palabra, iniciaron una lucha tenaz para el sufragio femenino. Fueron 20 años de lucha en las cuales oyeron cualquier cantidad de imbecilidades por parte de los patriarcas de este país.

Hoy las imágenes de mujeres de 50, 60, 70 son múltiples, variadas y a menudo sorprendentes. Se están forjando nuevos imaginarios a partir de la multiplicidad de identidades femeninas. A veces nosotras mismas nos miramos y no lo creemos. Y los que no lo creen son ante todo los hombres, nuestros compañeros generacionales quienes a veces, torpemente, llegan a imaginar que las mujeres envejecemos solas mientras ellos se conservan eternamente jóvenes…si supieran a veces cómo, ante nuestras miradas tiernas y compasivas, adivinamos la inmensa fragilidad que difícilmente esconden.

De verdad creo hoy que es urgente trabajar estos temas con los hombres también. Creo que hoy por hoy es más difícil para los hombres acomodarse a la andropausia que para nosotras a la menopausia. La cultura es también muy dura con los hombres que entran en esta etapa de la vejez. Muy dura porque existen también imágenes culturales para ellos, esas imágenes del viejo verde que puede todavía seducir a una mujer que tenga mucho menos de la mitad de su edad.

Duro soportar ese cliché cuando sabemos que un hombre de 60 o 70 ya no tiene mucho para seducir con los criterios de una cultura patriarcal que pone el éxito y el poder sexual como garantes de la seducción. Poder sexual masculino a los 60 o 70…olvídense… yo los conozco a los hombres de mi generación, y al menos de una gran fortuna que pueda suplir una poderosa erección…no tienen gran cosa para mostrar.

Al mismo Florentino le pasó. –Esta muerto- dijo el, sin ilusiones. Le toco confesar a Fermina que la primera vez siempre le pasaba lo mismo, una mentira piadosa por supuesto. Pero a ellos dos no les importó mucho porque sabían que el erotismo tiene múltiples otros recursos que la erección y la penetración. Y sí, creo que es, hoy por hoy, más duro envejecer para los hombres porque ellos de verdad se han fosilizado mientras nosotras evolucionamos como nunca antes. Hoy día las mujeres son el verdadero motor del cambio, los hombres no. Las mujeres han resignificado casi totalmente su existencia. Los hombres, no. Las mujeres están inaugurando todo: la palabra, la escritura, el saber y la participación en los espacios públicos; pero también están inaugurando el amor desde un cuerpo que por fin les pertenece, están inaugurando un deseo propio que ya no necesita mimetizarse sobre el deseo masculino y por supuesto están inaugurando una vejez llena de posibilidades insospechadas hace solo 5 décadas.

Sí, tener 50 años hoy puede ser un goce. Para mi lo fue. Como hija simbólica de Simone de Beauvoir, el fin de la menstruación fue un alivio, un nuevo respiro de mi cuerpo, el inicio de un ciclo culturalmente más productivo, una etapa de crecimiento intelectual y laboral. No sé si es coincidencia pero empecé a escribir libremente a los 47 años, justo al momento de la menopausia. Tener 50 años es iniciar el camino hacia la levedad. Ya se resolvieron los grandes problemas de la vida de una mujer. La maternidad se asume por fin sin culpa. Los hijos y las hijas son ya mayores y se instalan nuevos diálogos con ellos y ellas. Es el momento también de nuevos diálogos con el cuerpo, ese nuevo cuerpo, tratando de desechar los estereotipos recibidos y los mensajes negativos sin descuidar los evidentes efectos que puede tener esta disminución drástica de los estrógenos sobre el organismo en general.

Entonces la menopausia puede ser un privilegio, una nueva posibilidad de goce. Pero para que esto ocurra, los discursos de los médicos y las médicas, de los ginecólogos y las ginecólogas deben cambiar. De hecho están cambiando pero demasiado lentamente y como de todas maneras, con la Ley 100, ya no hay tiempo que perder, no hay tiempo de hablar con su paciente, —además los médicos y las médicas hablan hoy día con su computador olvidándose completamente que delante del computador hay un ser humano— entonces hablen con esta mujer que a veces ha tomado toma cita ante todo para hablar, para que alguien la escuche y no tanto para obtener una formula.

Hablen con su paciente, tómense el tiempo de hablar, de escucharla, de preguntarle sobre la calidad de su vida familiar, laboral, amorosa, sexual. La medicina nunca hubiera debido dejarse medir con criterios de rentabilidad. Ustedes saben más que yo que la palabra, muy a menudo, cura más que la formula. Cuéntenle que hacer el amor sin consultar el calendario, sin píldoras o dispositivos intrauterinos, dejando circular libremente el deseo, es un privilegio; cuéntenle que puede ahora amar de manera liviana y sin culpa porque a los cincuenta años uno conoce su cuerpo y debe saber amar. Cuéntele que nunca es tarde para empezar a amarse a si misma, a cumplir viejos sueños, a volver a enamorarse porque el divorcio o la separación no son fracasos, son derechos que hablan de la libertad para volver a empezar. Ella lo necesita escuchar. Claro sé que están las oleadas de calor, pero pasan, ¿cierto? A mi me pasaron del todo —la homeopatía y la acupuntura hacen milagros, las terapias de sustitución hormonal también— y en cuanto a la resequedad de las paredes vaginales, se la inventó una cultura misógina porque los hombres patriarcas prefieren tener sexo con jovencitas que con mujeres maduras que podrían enseñarles cosas que ni siquiera sospechan... Después de algunos ajustes normales y el reconocimiento de ese nuevo cuerpo, yo sí amé mis 50 años y la menopausia que los acompañaba.

Pero para esto, lo repito, es necesario haber tenido la oportunidad de reflexionar sobre muchos eventos de la vida en cuanto mujer, haber tenido la suerte de encontrar un ginecólogo, y más a menudo una ginecóloga, inteligente que no se encierra en el discurso medico, haber podido siempre hablar y compartir con otras mujeres, aprender de las otras, tener redes de apoyo, es decir, trabajar los aportes del feminismo que hoy permiten resignificar muchos eventos de nuestras vidas y sobre todo comprender el impacto de la cultura sobre nuestras vivencias. Entonces, para una feminista, para una mujer de cambio, los 50, los 60 y los 70 pueden ser un privilegio.