viernes, 6 de diciembre de 2013

Cómo tratar con nuestras experiencias

Quizás uno de los trabajos que más se complica es aquel que hacemos con nosotros mismos. Modelar la conducta para nuestro bienestar, reeducar la mente a fin de poder generar las realidades que deseamos, sacar de la mente esas situaciones vividas que repetitivamente nos acosan, entre otras, nos empinan el camino… nos impide mantener el equilibrio y en ocasiones el sentimiento de frustración e impotencia se hace presente. La falta de herramientas, o el exceso de ellas nos coloca en la disyuntiva del cómo hacer las cosas y por dónde podemos comenzar.
A continuación les dejo un fragmente del libro "Poder sin límites" de Anthony Robbins; en él nos presenta un enfoque distinto, donde nos sugiere cómo encarar ciertas situaciones que nos inquieta y que no nos permiten avanzar en el viaje. Deseo sea de provecho para ustedes mis amigos queridos.
Feliz vida! Tammy.


"El modelo de cambio que yo enseño y que enseña la PNL (Programación Neuro Lingüística) es muy diferente del que utilizan muchas escuelas terapéuticas. El canon terapéutico, que es una mezcla de diferentes escuelas, ha llegado a ser tan conocido que es casi un lugar común. Entre muchos terapeutas está difundida la creencia de que, para cambiar, uno tiene que retroceder hacia ciertas experiencias negativas, profundamente arraigadas, y vivirlas otra vez. La idea es que las experiencias negativas de la vida se acumulan dentro de las personas como un líquido dentro de un recipiente, hasta que finalmente no hay cabida para ellas y se desbordan o revientan. Según dicen los terapeutas, la única manera de establecer contacto con este proceso es volver a experimentar aquellos hechos y aquellos sinsabores, para tratar de librarse de todo de una vez.

Toda mi experiencia me dice que ésta debe ser una de las maneras menos eficaces para ayudar a las personas en dificultades. En primer lugar, cuando se obliga a un individuo a retroceder y volver a vivir algún trauma tremendo, se le está sometiendo a una de las experiencias más penosas y de mayor desvalimiento en que uno pueda encontrarse. Ahora bien, cuando se pone a alguien en condiciones de desvalimiento disminuyen mucho sus posibilidades de producir nuevos comportamientos y resultados desde el pleno dominio de sus recursos. Incluso es posible que ese planteamiento refuerce hábitos psicológicos desafortunados o desgraciados. Al acceder constantemente a estados neurológicos de limitación y dolor, en el futuro será cada vez más fácil desencadenar tales estados. Cuanto más revive uno una experiencia, más tenderá a repetirla otras veces. Tal vez por eso los terapeutas tradicionales tardan tantísimo tiempo en obtener algún resultado.

Tengo algunos amigos terapeutas. Son gente que se preocupa sinceramente por sus pacientes. Creen que lo que hacen con ellos les sirve de ayuda. Y así es. La terapéutica tradicional produce resultados. Pero la cuestión es: ¿no podrían obtenerse los mismos resultados con menos dolor para el paciente y en menos tiempo? La respuesta es que sí... si modelamos las acciones de los terapeutas más eficaces del mundo, que fue precisamente lo que hicieron Bandler y Grinder. En realidad, una vez se entienden los fundamentos básicos de cómo funciona el cerebro, uno puede convertirse en su propio terapeuta y consejero psicológico. La terapia queda superada desde el momento en que uno puede cambiar cualquier sensación, emoción o comportamiento propios en questión de instantes.

Producir resultados más eficaces empieza, a mi modo de ver, por crear un nuevo modelo para el proceso de cambio. Si usted cree que sus problemas se acumulan en su interior has- i.i rebosar, va a ser eso, precisamente, y no otra cosa, lo que experimentará. Para mí, nuestra actividad neurológica no es como un líquido letal que se acumula, sino más bien como una sinfonola. En realidad, los seres humanos guardan las experiencias en el cerebro como una sinfonola guarda los discos. Y esos registros pueden reproducirse a voluntad cuando incide el estímulo oportuno del medio ambiente, como si se apretase un botón de la máquina.

Por tanto, nosotros podemos optar por recordar experiencias o apretar botones que correspondan sólo a «canciones» de alegría y buena suerte, o por el contrario, apretar aquellos botones que van a hacernos daño. Si el plan terapéutico consiste en darle una y otra vez al botón de las vivencias que nos duelen, es posible que se esté reforzando el mismo estado negativo que deseábamos cambiar.

Creo que se necesita un plan totalmente distinto. Quizá bastaría reprogramar la sinfonola de manera que saliese otro disco distinto. Al apretar el mismo botón ya no sonaría la canción triste, sino una música jubilosa. O podríamos regrabar el disco, es decir tomar esos recuerdos antiguos y cambiarlos.

La cuestión es que los discos que uno no toca tampoco se acumulan hasta explotar. Eso es absurdo. Y así como es sencilla la tarea de reprogramar una sinfonola, también es sencillo cambiar nuestros modos de producir sentimientos y emociones de desvalimiento. No es necesario volver a pasar por las vivencias dolorosas para cambiar nuestro estado. Lo que hemos de hacer es cambiar la representación interna negativa por otra positiva, que se movilice automáticamente y nos conduzca a obtener resultados más eficaces. Hay que aumentar la potencia de los circuitos que llevan al éxtasis y cortar la corriente a los circuitos del dolor.

La PNL contempla la estructura, no el contenido de la experiencia humana. Si bien, desde un punto de vista personal, podemos simpatizar con ella, en realidad lo ocurrido nos importa un rábano. Lo que sí nos importa, y mucho, es cómo ha construido usted en su mente lo que ocurrió. ¿En qué se diferencia su modo de producir un estado de depresión del que da lugar a uno de éxtasis? La diferencia principal está en la manera de estructurar las representaciones internas.

Estructuramos nuestras representaciones internas a través de nuestros cinco sentidos: la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. O, dicho de otra manera, experimentamos el mundo en forma de sensaciones visuales, auditivas, cenestésicas, gustativas y olfativas. Es decir, que cualquier experiencia que tengamos almacenada en nuestra mente se ha de representar por medio de estos sentidos, en particular a través de las tres modalidades predominantes, que son los mensajes ópticos, acústicos y cenestésicos.

Estas modalidades son agrupaciones extensas de nuestros modos de formarnos las representaciones internas. Podríamos considerar que los cinco sentidos o sistemas de representación son los ingredientes con los que componemos toda experiencia o resultado. Recuérdese que si alguien consigue un resultado determinado, éste se crea por medio de acciones determinadas, tanto mentales como físicas. Si uno repite exactamente las mismas acciones, podrá reproducir los resultados que produjo aquella persona. Y para producir un resultado hay que saber qué ingredientes lo componen. Los «ingredientes» de todas las experiencias humanas derivan de nuestros cinco sentidos, o «modalidades». Sin embargo, no basta con saber los ingredientes que se necesitan, pues si queremos reproducir un resultado con exactitud necesitaremos saber, también con exactitud, qué proporción de cada ingrediente interviene en él. Si echáramos demasiado o demasiado poco de algún ingrediente en particular, el resultado que obtendríamos no sería del mismo tipo o calidad.

Cuando los seres humanos quieren cambiar algo, por lo común se trata de una de estas dos cosas, o de ambas a la vez: cómo se encuentran (es decir, el estado en que se hallan) y/o cómo se comportan. Un fumador, por ejemplo, a menudo desea cambiar la manera en que se siente (el estado) física y emocionalmente, así como también el hábito rutinario de encender un cigarrillo tras otro. En nuestro capítulo sobre el poder de nuestros estados explicamos que hay dos maneras de cambiar el estado de las personas, y por tanto su conducta: o cambiando su fisiología, con lo que uno se encontrará y actuará de otra manera, o cambiando las representaciones in- ternas. En este capítulo trataremos de aprender cómo cambiar concretamente nuestra manera de representarnos las cosas, de tal manera que potencie nuestros sentidos y la creación del tipo de comportamiento que fomentará la consecución de nuestros objetivos.

En cuanto a nuestras representaciones internas, son dos las cosas que podemos cambiar. En primer lugar, lo que nos representamos. Así, por ejemplo, si hemos imaginado la peor situación posible, podemos acostumbrarnos a representar- nos la mejor situación posible. En segundo lugar, cómo nos lo representamos. Muchos de nosotros tenemos en nuestra mente ciertas claves que activan de una manera determinada las reacciones cerebrales. Algunas personas, por ejemplo, han descubierto que las motiva mucho el imaginarse una cosa como muy grande, de gran tamaño. Para otros, el tono de voz con que se hablan a sí mismos constituye un factor de motivación más importante que cualquier otro. Casi todos nosotros tenemos ciertas submodalidades claves que desencadenan reacciones inmediatas en nosotros. Una vez hemos descubierto las diferentes maneras en que nos representamos las cosas y cómo nos afectan, podemos asumir el gobierno de nuestra propia mente y empezar a representárnoslas a fin le que nos estimulen y den poder, en vez de limitarnos."

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